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3. Niños de Todo el Mundo

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labras. Iré de noche a ver al superior y prometo sacaros

del apuro, a fe de quien soy.

Se lo concedió el abad, porque no tenía otra salida, y

vistióse nuestro cocinero sus ropas, y con un monje detrás,

como si fuera su criado, con toda la ceremonia que convenía

vino en presencia del superior.

—¿Qué hay de nuevo, abad?

—Vengo a responder a vuestras tres preguntas —dijo el

cocinero sin levantar los ojos del suelo.

—Adelante.

—Primero me preguntó que cuánto valía vuestra reverencia,

y yo digo que vale veintinueve dineros porque Cristo

valió treinta y nosotros valemos menos que El. Lo segundo,

que el medio del mundo está donde tiene vuestra

reverencia los pies, porque el mundo es redondo como una

bola y cualquier sitio que queramos es el medio de él, y

esto no se puede negar. Lo tercero es que diga qué es lo

que piensa vuestra reverencia, y es que cree hablar con el

abad y está hablando con su cocinero.

Admirado el superior, dijo:

—¿Es eso verdad?

—Sí, señor —respondió el muchacho sacándose el disfraz-,

que soy su cocinero, que para preguntas tan sencillas

era yo suficiente y no mi señor el abad. Le debo a mi señor

muchos favores. Su bondad es inmensa; me recogió y me

crió siendo niño y ha hecho de mí un buen cocinero, y con

este servicio le demostraré mi gratitud.

Viendo el superior la osadía y viveza del cocinero, no

solo confirmó al abad en su abadía para todos los días de

su vida, sino que hizo infinitas mercedes al cocinero.

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