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Un día el maestro reunió en torno al estrado a los
alumnos de la primera sección para tomarles la lección de
ortografía.
—“Se escriben con be los verbos que terminan en bir
menos hervir, servir y vivir” —recitó el alumno primero de
la clase.
En aquel preciso instante dio un salto y se echó mano
a la pantorrilla.
—Le ha picado una mosca —exclamó un compañero.
—“Se escriben con uve los adjetivos que terminan en
ave, avo, evo, como octavo, suave, nuevo” —continuó diciendo
el alumno de turno.
Al terminar de pronunciar la última palabra, dio un salto
sorprendente y se echó mano a una pierna, exclamando
dolorido:
—¡Ay! Me ha debido picar una avispa.
Serenados los ánimos, el maestro que había tomado a
indisciplina las piruetas de sus alumnos, gritó con energía:
—¡Orden! ¡Orden! ¡Silencio absoluto!
—“Los nombres que empiezan con bu como búfalo, o
con bi como biblioteca se escriben con be, menos vuelo y
vuestro, que se escriben con uve.'>'>
En este momento pegó un bote formidable hacia atrás
y se echó mano a la cadera.
—¡ Ay t Me ha debido picar una mosca borriquera.
La alarma cundió entre los escolares. El maestro se levantó
de su asiento a comprobar si era una treta de sus
alumnos para interrumpir la lección. Mas, apenas cambió
de postura, dio un salto de rana sobre la tarima del estrado,
se echó mano a una pierna y exclamó desconcertado:
—¡Caramba! Como si me hubiera picado un escorpión.
Con el consiguiente regocijo de los colegiales, cada uno
ocupó su pupitre entre risas y se dio por terminado el divertido
incidente.
Pero, antes de salir aquel día de la escuela, ya se había