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3. Niños de Todo el Mundo

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Se volvió loco de envidia. No podía permitir que Joseph

fuera más rico que él; así que decidió robar la tierra y las

posesiones de su hermano.

Metusera cruzó el lago con su propio bote y fue a la

casa de Joseph. Miró por la ventana y contempló a la feliz

familia. Vio que Joseph sacaba la piedra mágica y decía:

“Deseo una nueva escuela de ladrillo.”

-¡E s así cómo lo hace! —se dijo Metusera— Debo robar

la piedra.

Observó cómo Joseph ponía la piedra bajo la almohada.

Aquella misma noche, cuando todo el mundo dormía,

se deslizó dentro de la estancia, cogió la piedra de debajo

de la almohada y, silenciosamente, abandonó la casa. Corrió

hacia el lago, saltó al bote y empezó a remar, alejándose

rápidamente. Pero no pudo esperar a llegar a la isla para

empezar a formular deseos.

“Si tuviera toda la sal del mundo, podría ganar mucho

dinero —pensó—.1Todo el mundo vendría a comprarme sal

y podría cobrarle mucho por ella.” Entonces dijo: —Quiero

toda la sal del mundo.

La sal empezó a caer del cielo, como si fuera lluvia.

Cayó sobre el bote una masa pesada y pronto la embarcación

se llenó de sal; y todavía seguía cayendo sal. Dándose

cuenta de lo que ocurría, Metusera gritó:

-¡Basta!

Pero era demasiado tarde. El bote se hundió hasta el

fondo del lago y nada más se supo del avaricioso Metusera.

La gente del pueblo de Joseph vivió feliz el resto de su

vida. La cosecha de los huertos les ayudó en los años de

sequía, y pronto aprendieron a obtener más y mejores cosechas

y a almacenar el grano para los períodos de escasez,

y así nunca más padecer hambre.

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