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y simular que uno está con el conocimiento perdido, así
que de vez en cuando, disimuladamente, entreabría los ojos
para observar a mis vigilantes. Observé que el brujo y el
indiecito comían unos gusanos verdes y sentí tal repugnancia
que cerré los ojos enseguida. Cuando los abrí de nuevo,
estaban comiéndose una araña... Me asombré tanto que casi
me atrapan con los ojos abiertos. El brujo se acercó a mí
y comenzó a dar gritos y a cantar sus ensalmos. Luego la
voz del brujo se alejó, así que yo me puse a observar si se
iba y me dejaba con el chico.
Pero se alejaban los dos, danzando y cantando, hasta
que llegaron al pie de un gigantesco pijigüao. Entonces el
brujo colocó las dos manos sobre la cabeza del indiecito,
gritó sus fórmulas mágicas, se volvió hacia mí, sin duda
para estar seguro de que nadie observaba la extraña ceremonia.
Yo cerré los ojos para no dejarme atrapar, y cuando
los abrí de nuevo, con gran cautela, el brujo tenía las manos
posadas sobre la cabeza de... un monito, casi tan grande
como el indiecito desaparecido. ¡Extraordinario! ¡El indiecito
estaba embrujado!
El brujo realizó un par de veces más el mismo hechizo.
Por dos veces más pude observar cómo el brujo, mediante
el recitado de sus fórmulas mágicas, transformaba al indiecito
en un mono y viceversa. Al fin, el brujo dejó junto al
enorme pijigüao al monito y se acercó a mí, mientras comenzaba
a recitar sus ensalmos. Yo estaba muy alarmado.
¡No quería que me ocurriera lo mismo que al pobre indiecito!
Los ensalmos que recitaba el brujo me parecían los
mismos que acababa de escuchar. Seguramente el encantamiento
del indiecito había sido sólo como un ensayo para
realizar sin ningún fallo mi transformación en... un monito,
o quién sabe en qué otro animal. Así que no aguanté más,
me levanté tan rápido como pude y apreté a correr por la
selva con todas mis fuerzas.
Pero en el mismo instante en que yo me levanté, salieron
unos cuantos indios que esperaban ocultos entre las