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3. Niños de Todo el Mundo

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y simular que uno está con el conocimiento perdido, así

que de vez en cuando, disimuladamente, entreabría los ojos

para observar a mis vigilantes. Observé que el brujo y el

indiecito comían unos gusanos verdes y sentí tal repugnancia

que cerré los ojos enseguida. Cuando los abrí de nuevo,

estaban comiéndose una araña... Me asombré tanto que casi

me atrapan con los ojos abiertos. El brujo se acercó a mí

y comenzó a dar gritos y a cantar sus ensalmos. Luego la

voz del brujo se alejó, así que yo me puse a observar si se

iba y me dejaba con el chico.

Pero se alejaban los dos, danzando y cantando, hasta

que llegaron al pie de un gigantesco pijigüao. Entonces el

brujo colocó las dos manos sobre la cabeza del indiecito,

gritó sus fórmulas mágicas, se volvió hacia mí, sin duda

para estar seguro de que nadie observaba la extraña ceremonia.

Yo cerré los ojos para no dejarme atrapar, y cuando

los abrí de nuevo, con gran cautela, el brujo tenía las manos

posadas sobre la cabeza de... un monito, casi tan grande

como el indiecito desaparecido. ¡Extraordinario! ¡El indiecito

estaba embrujado!

El brujo realizó un par de veces más el mismo hechizo.

Por dos veces más pude observar cómo el brujo, mediante

el recitado de sus fórmulas mágicas, transformaba al indiecito

en un mono y viceversa. Al fin, el brujo dejó junto al

enorme pijigüao al monito y se acercó a mí, mientras comenzaba

a recitar sus ensalmos. Yo estaba muy alarmado.

¡No quería que me ocurriera lo mismo que al pobre indiecito!

Los ensalmos que recitaba el brujo me parecían los

mismos que acababa de escuchar. Seguramente el encantamiento

del indiecito había sido sólo como un ensayo para

realizar sin ningún fallo mi transformación en... un monito,

o quién sabe en qué otro animal. Así que no aguanté más,

me levanté tan rápido como pude y apreté a correr por la

selva con todas mis fuerzas.

Pero en el mismo instante en que yo me levanté, salieron

unos cuantos indios que esperaban ocultos entre las

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