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3. Niños de Todo el Mundo

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cuento, no volvería a crecer. Así pues, nadie se movía, y

cuando el cuento terminaba, los que aún estaban despiertos

podían exclamar:

-¡Ahora creceré tanto como el monte Sameta!

Aún hoy en día, en muchas chozas de las tierras altas

de Kisii, en Kenia, una mujer se sienta en la cama, mira a

sus nietos y dice:

—Voy a contar un cuento...

Una vez vivían dos hermanos. Uno era muy rico, otro

muy pobre. El rico, Metusera, vivía en una isla en el lago

Victoria. Esta isla tenía montañas de sal. Metusera se hizo

rico vendiendo la sal al pueblo de Kisii, que carecía de ella.

Pero Joseph, el otro hermano, que vivía al borde del

lago, no tenía sal para vender. Llovía poco y sus cosechas

nunca eran buenas. Y tenía esposa y siete niños hambrientos

que alimentar.

Un día, la mujer de Joseph comenzó a llorar.

—¿Por qué lloras? —le preguntó él, sentándose sobre las

piernas junto a ella.

—¿Quieres que nos muramos? —dijo ella entre sollozos.

—No tenemos comida, nos morimos de hambre. La vieja

vaca ya no da leche y está demasiado flaca para comérnosla.

El huerto está vacío. He plantado y cavado, pero todo

ha sido inútil porque el maíz se ha podrido hasta el tallo.

Joseph trató de consolar a su mujer, pero no pudo calmarla.

Su estómago hambriento no le dejaba pensar en ninguna

otra cosa.

—i Por qué no vas a ver a Metusera ? Puedes pedirle dinero.

Es muy rico y puede dártelo fácilmente; así podrás

comprarnos algo de comer —dijo la esposa.

Pensando en estas palabras, Joseph movió lentamente

la cabeza.

—A mi hermano sólo le gusta tener dinero, pero no darlo.

Todo el día, desde que sale el sol hasta la noche, se sien­

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