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3. Niños de Todo el Mundo

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—Debes tener un hambre espantosa —exclamó Bertil.

—Sí. Un hambre terrible —dijo Nils.

—¿Por qué no me lo has dicho, tonto? Voy a buscar

algo que comer ahora mismo.

Bertil estaba ya a mitad de las escaleras. Rápidamente

dijo killevipen. Corrió a la despensa. Cogió un poquito de

queso, un pedacito de pan sobre el que puso un poco de

mantequilla, una albóndiga y dos granos de uva. Apiló la

comida cerca del agujero, se hizo otra vez pequeño y llamó

a Nils para que le ayudara a bajar la comida.

No había por qué gritar, porque Nils estaba allí, esperándole.

Lo llevaron todo abajo. Los ojos de Nils brillaban

como estrellas. La albóndiga era casi tan grande como él.

Comenzaron a comerla, cada uno por un lado, para ver

quién llegaba antes al centro. Fue Nils quien ganó.

Nils quería guardar el queso.

—Cada mes tengo que darle un trozo de queso a la rata,

como alquiler. De lo contrario, me deshaucia.

—Ya nos ocuparemos de esto —dijo Bertil— Vamos, cómete

el queso.

Cada uno mordisqueó un grano de uva. Nils dijo que

iba a dejar la mitad de la uva para el día siguiente.

-A sí tendré algo que comer cuando me levante —dijo—.

Voy a estirarme delante del fuego —continuó.

De pronto Bertil exclamó:

—¡Claro! Se me ha ocurrido algo maravilloso.

Desapareció escaleras arriba como un rayo.

Transcurrió algún tiempo. Después, Nils oyó a Bertil

que le llamaba.

—¡Ven, ayúdame a llevar la cama!

^ Nils corrió escaleras arriba. Allí estaba • Bertil, con la

mas bonita camita blanca imaginable. La había cogido de

la vieja casa de muñecas de Marta. La muñequiía dormía

en la camita, pero Nils no necesitaba nada más.

—Te he traído un trozo de algodón para que duermas

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