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Quique Risafuerte soltó la carcajada como si aquello
hubiese sido una gracia; pero su tía le dijo:
—¡Corre a cerrarla, que tengo un miedo horrible!
—¿Miedo? —repitió el muchacho—. ¿Qué es eso? ¿A qué
se parece el miedo?
—Pues hijo, yo no sé explicártelo. Hasta que no se siente,
no se sabe lo que es.
—¡Ah!, pues yo tengo que ir a buscarle —exclamó el niño—.
Mañana saldré de aquí muy temprano; haré que venga
con usted otro de ,mis hermanos, y luego iré a recorrer el
mundo, hasta que me encuentre al fin con el miedo.
Hizo lo prometido. Salió antes del amanecer, consiguió
que su hermano mayor viniese a la cabaña de su tía, y él
siguió andando, andando, hasta que, ya de noche, vio una
fogata en lo alto de una lejana colina.
—Iré hacia allá —se dijo—, que quizá el miedo esté allí.
Una hora después, estaba en la cumbre, en la cual una
banda de seis ladrones se calentaba junto a la hoguera.
—Buenas noches —les dijo—. Aquí sí que se está bien.
Lejos de la hoguera hace mucho frío.
El capitán, que no tenía más que un diente para toda
la boca, le preguntó extrañado:
—¿Cómo te atreves a venir hasta aquí, si aun los mismísimos
pájaros nos tienen miedo?
—¿Ha dicho usted miedo? —preguntó Quique soltando
la carcajada— Pues eso es lo que yo ando buscando: el miedo;
que no lo encuentro por ninguna parte.
—¡Pero si nosotros somos el miedo mismo! —exclamó
el jefe—. Las gentes nos temen, porque somos capaces de
las más terribles fechorías.
—¡Bah!, ustedes se quieren burlar de mí. Yo aquí no
tengo miedo —les contestó Quique Risafuerte.
Ellos se asombraron de sus palabras, y entonces uno
le dijo:
—Si quieres pasar miedo, toma esta cazuela con sopas,