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3. Niños de Todo el Mundo

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Quique Risafuerte soltó la carcajada como si aquello

hubiese sido una gracia; pero su tía le dijo:

—¡Corre a cerrarla, que tengo un miedo horrible!

—¿Miedo? —repitió el muchacho—. ¿Qué es eso? ¿A qué

se parece el miedo?

—Pues hijo, yo no sé explicártelo. Hasta que no se siente,

no se sabe lo que es.

—¡Ah!, pues yo tengo que ir a buscarle —exclamó el niño—.

Mañana saldré de aquí muy temprano; haré que venga

con usted otro de ,mis hermanos, y luego iré a recorrer el

mundo, hasta que me encuentre al fin con el miedo.

Hizo lo prometido. Salió antes del amanecer, consiguió

que su hermano mayor viniese a la cabaña de su tía, y él

siguió andando, andando, hasta que, ya de noche, vio una

fogata en lo alto de una lejana colina.

—Iré hacia allá —se dijo—, que quizá el miedo esté allí.

Una hora después, estaba en la cumbre, en la cual una

banda de seis ladrones se calentaba junto a la hoguera.

—Buenas noches —les dijo—. Aquí sí que se está bien.

Lejos de la hoguera hace mucho frío.

El capitán, que no tenía más que un diente para toda

la boca, le preguntó extrañado:

—¿Cómo te atreves a venir hasta aquí, si aun los mismísimos

pájaros nos tienen miedo?

—¿Ha dicho usted miedo? —preguntó Quique soltando

la carcajada— Pues eso es lo que yo ando buscando: el miedo;

que no lo encuentro por ninguna parte.

—¡Pero si nosotros somos el miedo mismo! —exclamó

el jefe—. Las gentes nos temen, porque somos capaces de

las más terribles fechorías.

—¡Bah!, ustedes se quieren burlar de mí. Yo aquí no

tengo miedo —les contestó Quique Risafuerte.

Ellos se asombraron de sus palabras, y entonces uno

le dijo:

—Si quieres pasar miedo, toma esta cazuela con sopas,

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