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3. Niños de Todo el Mundo

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por los senderos polvorientos. No había andado mucho cuando

se encontró con un harapiento anciano que tenía una

larga barba gris.

—¿•Qué llevas aquí? —preguntó el anciano, señalando la

barra de pan.

—Una barra de pan, anciano —respondió Joseph.

-H ace tres días que no como. ¿No podrías darme un

poco? —suplicó el anciano.

—Mi familia necesita este pan —dijo Joseph al anciano.

“Pero lo mismo le ocurre a este anciano —se dijo para

sí- Posiblemente morirá si no come pronto.” Y Joseph le

tendió la mitad de la barra. —Gracias -dijo el anciano-. Eres

un hombre bueno, y por tu bondad, voy a ayudarte.

Le mostró una piedra redonda que sacó de su bolsillo.

—Esta piedra te dará todo lo que quieras —dijo—. Pero

debes formular deseos razonables.

Joseph dio las gracias al anciano y corrió el resto del

camino hasta su casa, con la piedra redonda en el bolsillo

y la otra mitad del pan en la mano.

Su esposa y sus hijos estaban casi muertos de hambre

cuando llegó a casa. Les dio el pan y les habló del anciano.

—Pidamos comida, entonces —dijo la esposa de Joseph—,

porque nos morimos de hambre.

Lo desearon con toda su fuerza y, en un momento, la

cocina y el huerto se llenaron de comida. Piñas, remolachas,

tomates, maíz, espinacas y otras clases de alimentos brotaron

de la tierra seca.

De improviso aparecieron diez gallinas, que comenzaron

a poner huevos. Las ubres de la vieja vaca parecían reventar

de tanta leche que tenían, y cinco terneras aparecieron

detrás de ella. En la casa aparecieron barras de pan

blando y latas llenas de aceite y mantequilla.

La familia estaba encantada.

—¿Qué más podemos pedir nosotros? —preguntó entonces

la mujer de Joseph.

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