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3. Niños de Todo el Mundo

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Ahora, dime, ¿quién, en este momento, puede reñirle

por buscar entre las cosas, tratar de encontrar lo escondido,

registrarlo todo, recogerlo todo, sin dejar que nada le interrumpa

?

De pronto, al sonar las doce, comienza a llover. Una

de estas lluvias con pedrisco que a veces caen sobre esta

parte de Francia, situada —no lo olvides- a mitad de camino

entre Bayona y Givet, a vuelo de pájaro.

La escuela está al final del pueblo. Con este tiempo y

sin impermeable, te calarías hasta los huesos antes de llegar

a casa. ¿Qué se puede hacer?

Niños -dice la señorita-, tendréis que esperar.

Todos se ponen tristes. Los estómagos están hambrientos.

No es cosa de broma. Entonces Farfounet levanta la

mano.

—Señorita, tengo una idea.

—Oigámosla.

Nuestro amigo agita una hoja de papel.

—Mire lo que he escrito.

Papá,

si no vienes a buscarnos con el camión,

nos resfriaremos.

Farfounet

-M uy bien -dice la señorita—. Pero, ¿ quién va a llevar

la carta ?

—Lustucru, desde luego.

—¿Lustucru?

Farfounet saca el pájaro de la cartera, y éste agita las

alas. Lustucru parece alegrarse de hacer ejercicio.

Toda la clase se echa a reír y la maestra no tiene valor

de regañarle.

Con una goma, Farfounet ata la carta, doblada, a una

de las patas del pájaro. Abre la puerta, da besitos a su pájaro

en la cabeza y le dice, antes de soltarlo bajo la lluvia:

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