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3. Niños de Todo el Mundo

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—Toñito, no te vayas a reír de mí, pero en el hospital

de verdad tuve miedo.

Con lágrimas en los ojos el niño le responde haciéndose

el valiente:

—Claro, hermana, es que yo no estaba allí.

Esto rompe la tensión y todos ríen.

Crucita le pregunta al doctor: —¿Dónde está mi sillita

de ruedas? Quiero que todos vean cómo la manejo.

Toño observa cómo gira la niña en todas direcciones

y no pudiendo callar más le dice: -¿M e la vas a prestar de

vez en cuando?

Los días que siguen son difíciles para todos. Crucita

trata de no ser una carga para nadie; con gran esfuerzo trata

de vestirse sola, se hace sus trenzas aunque no muy bien

hechas. No permite que Rosa le haga nada.

En San Luisito la gente se admiraba de ver a la niña

recorrer sus calles en su silla de ruedas, siempre amable y

sonriente, y con el mismo interés que tenía antes para todo

lo que fuera aFarería.

Su padre, a ruegos de Crucita, pacientemente la enseña

a trabajar el barro; día tras día ensaya hacer juguetes.

Algunos días se sentía triste; se le antojaba ser como

era antes, poder correr, brincar como los demás niños; extrañaba

sus aventuras con Toñito, y por las noches, cuando

nadie la veía, se ponía a llorar.

Muchos meses pasaron así, sin fallar ni un solo día en

su trabajo; y cada día, aunque lentamente, progresaba; sus

manos se hacían cada día más hábiles.

Un día despierta decidida y dice para sí: —Hoy voy a

hacer un cochinito de barro. Todo el día trabajó; no le gustaba

lo que hacía, pero volvía de nuevo a comenzar. Por

fin, ya casi para cerrar el taller, lo dio por terminado; le

pareció tan bien que les grita a sus hermanos: —Muchachos,

vengan a ver, ya terminé mi obra.

Éstos voltean y sin decir palabra, de reojo, se miran

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