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3. Niños de Todo el Mundo

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en tu césped, ¿podré echar un vistazo a la habitación de

cristal? Oye Patricia, ¿qué tenéis ahí? ¿Tenéis peces? ¿O

gatos? ¿Cenáis ahí? ¿Es que os arrodilláis ahí dentro y rezáis?

¿Es una piscina eso?

En la escuela dominical ocurría lo mismo. El se sentaba

en su clase y ella en la suya, y cuando volvían a casa

—casi una milla de camino—ella siempre andaba por el otro

lado de la carretera acompañada de chiquillas.

-Óyeme, Jesús —decía él—, ¿estás tan ocupado con otras

personas que no puedes dedicarme un minuto? ¿Qué te parece

enviar un león, que ruja y salte, para que yo pueda

rescatarla?

Cuando ella bajaba a la tienda a comprar cosas para

su madre, él se sentaba cerca del buzón rojo esperando que

ella volviera a salir. Después, la veía marcharse a través de

la carretera, colina arriba, hasta que cerraba la puerta de

su casa.

Y cuando estaba dentro, Patricia miraba a través de

los cristales, todavía llevando las compras en la mano, y

suspiraba. “Es un buen chiquillo. Me gustaría ser capaz de

pedirle si puedo jugar con él. En esa tienda nunca había

habido nadie para jugar. Sería estupendo jugar en ese terreno

llano de allí. Pero rp creo que yo le guste. Cuando le

miro él siempre mira a otro lado.”

—¿Qué te pasa, querida?

—Nada, mamá.

—¿Estabas otra vez hablando sola?

—Sí, mamá.

Así pues, ella dejaba la cesta de compras y después de

un rato se sentaba en la moqueta, en la habitación de cristal,

y leía un libro o dibujaba o soñaba. A veces levantaría

la vista y vería a aquel chiquillo dando vueltas con su bicicleta

o dando patadas a un balón, pero él no podía verla

y probablemente tampoco le importaba. Aquella era una habitación

para mirar afuera, hecha especialmente para ello.

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