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3. Niños de Todo el Mundo

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Milán tenía envidia. Decía que no era más que una carpa

común.

—Es una trucha arco iris —insistí.

—No, es una carpa —replicó él.

Discutimos y discutimos hasta que nos cansamos. Después

hicimos un pozo en la arena, la pusimos allí para guardarla,

y nos fuimos a buscar una persona mayor que aclarara

nuestra discusión. Corrimos río arriba y río abajo, sin

encontrar a nadie. Pero ocurrió algo mucho peor. Cuando

llegamos al pozo que habíamos hecho, la trucha ya no estaba

en él.

—Quizá saltó otra vez al río —dijo Milán.

Pensé replicarle que ni una trucha arco iris ni una carpa

pueden saltar tanto, pero me di cuenta de que mi reloj

de pulsera indicaba que faltaban cinco minutos para las dos

menos cuarto. Milán corrió hacia nuestro escondite, tomó

la caja del violín y salió pitando hacia la escuela.

Yo cogí mi cartera y estaba dispuesto a irme también

cuando me di cuenta de que había un montón de hierba

recién arrancada. Fui allá, y en el fondo de la hierba encontré

el violín de Milán, con escamas de pez pegadas en

él por todas partes.

Después, Milán me contó lo que había ocurrido: “Cuando

llegué a la escuela eran las dos menos diez. Todos me

preguntaron por qué había corrido y me dijeron que afinara

el violín.

”Me dieron una toalla para secarme el sudor y después

me dijeron que me peinara un poco. Me dejaron un peine

y así lo hice.

”Otra vez volvieron a decir que me diera prisa y que

preparara mi violín. En aquel momento llegaste corriendo

hasta la ventana y empezaste a gritar algo. Uno de los maestros

abrió la ventana y te preguntó qué querías. Tú, con

mi violín en la mano, seguiste chillando, mirándome.

”—¡Tienes un pez aquí, tienes un pez aquí! —gritaste.

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