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3. Niños de Todo el Mundo

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tes de que pudiera emprender su persecución, Sigi había

desaparecido entre la muchedumbre.

—¿Puedo ir con usted? —preguntó Helmut al conductor

del camión-. Tengo prisa.

—Yo también —dijo el conductor—. Anda, sube.

Helmut agarró el patinete, pero no pudo subirlo al camión.

—Ayúdele —dijo la señora de la ventanilla al guardia del

garaje.

Helmut dejó el patinete en el suelo y subió a la trasera

del camión. El guardia levantó el patinete y Helmut lo metió

en el camión. El vehículo comenzó a moverse. La señora

le saludó con la mano. Helmut quiso saludarle también, pero

en aquel momento el camión aceleró y Helmut, perdiendo

el equilibrio, se cayó sobre unos sacos.

Pasaron el ayuntamiento y la estación del tren. El camión

entró en el túnel de la ciudad. Salió del túnel y pasó

por la fábrica de gas. Finalmente, se detuvo en el patio de

un hotel.

Helmut saltó del camión y bajó el patinete.

—Tengo que buscar a mi hermana —dijo al conductor

del camión-. ¿Dónde estamos?

—Lejos de la ciudad —dijo el conductor.

—¿Va usted a regresar a la ciudad? —preguntó Helmut.

—Hoy no —replicó el conductor—. Pero si pasas por el

hotel y sales a la calle, puedes tomar un autobús que te

llevará donde quieras.

Helmut cogió su patinete y siguió al hombre hasta el

edificio.

El conductor le dijo adiós y desapareció tras la puerta.

Helmut, montado en el patinete, cruzó un ancho pasaje,

hasta llegar a un callejón, y, por un puente, salió a la calle.

—¿Dónde puedo tomar el autobús para ir a la ciudad?

—preguntó Helmut al portero del hotel.

—Allí mismo —dijo el portero—. ¿Quieres un taxi?

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