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3. Niños de Todo el Mundo

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—¡¡Hurrraaaaaaü —resonaban las exclamaciones de entusiasmo.

Todos estaban agotados de tanto alboroto. Con las manos

en los costados, cayéndose unos encima de los otros,

se sentaron en el pórtico. Nadie había visto un espectáculo

como aquél en muchos años.

—¡Magnífico, Akira! —exclamó con entusiasmo tía Hana.

—Yuuuuu... —resopló Akira. Aliviado, se arrojó sobre la

nieve delante de todos.

En aquel momento se oyó un fuerte estrépito de alas

que se movían.

El faisán se escapó de las manos de Akira y se levantó,

con dificultad, en el aire.

-¡M irad! ¡Se va! -resonó la voz de la madre como un

trueno.

—¡No! —gritaron todos. En aquel preciso momento, un

relámpago negro y silencioso saltó sobre el faisán.

Era Tom.

Tom saltó al aire. Más arriba todavía que el ave. Después

se arrojó sobre el blanco de plumas. Los dos cayeron

al suelo.

—¡Hurra! —exclamaron todos los presentes.

Las exclamaciones de aprobación eran diez veces más

fuertes que antes. Pero esta vez, todo eran aplausos para

Tom.

Arrastrando el faisán por la nieve, Tom marchó hacia

la casa.

Después de la cena, al día siguiente, víspera de Navidad,

todos se retiraron a sus escondites particulares y prepararon

la presentación de los regalos.

Sólo tenían 15 minutos para hacerlo.

Transcurrido el tiempo, salieron todos, tratando de reprimir

su júbilo y se reunieron alrededor de la mesa, cada

uno con una serie de paquetes.

Primero tocó el tumo a mamá.

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