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3. Niños de Todo el Mundo

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—¿Miedo? No sé lo que es eso. Y la verdad es que los

muertos no hacen nunca daño a nadie.

—Veo, niño, que tienes muchísima razón. Bueno, pues

que te aprovechen, y que te diviertas, jovencito.

Y la losa se volvió a cerrar.

Quique Risafuerte regresó a donde estaban los seis bandidos

para devolverles el cacharro.

-¿D iste al fin con el miedo? -le preguntó el capitán.

—No; allí no había más que una mano de esqueleto y

una voz misteriosa; pero eso no creo que sea para dar miedo

a nadie.

Los bandidos se quedaron espantados al oírle y le dejaron

que se fuese, que siguiera su camino.

Por la mañana encontró en el campo a tres niñas de

ocho, de siete y de seis años, llamadas Isabel, Isidra e Inés,

que estaban llorando al lado de una laguna.

—¿Qué sucede? -preguntó él.

—¡Que se nos ha escapado el perrito por esta tabla, y

nos da miedo ir a buscarle!

—¿Pero dónde está el miedo? —les preguntó Quique.

—Si vas por esa tabla, lo sentirás.

Había una tabla muy larga y muy estrecha que cruzaba

la laguna, y al otro extremo estaba el perro, muy simpático

y muy chiquito, que también lloraba porque, si se animó a

pasar hacia allá, ahora tenía miedo de regresar hasta donde

estaban las niñas.

Quique Risafuerte sintió un poco de angustia al comprender

el problema sentimental de las niñas, y silbando

una animada canción pasó por la tabla de extremo a extremo,

agarró al perrito en sus brazos, y cruzando otra vez,

regresó haciéndole caricias. Allí no estaba el miedo tampoco.

¡Y qué contentas se pusieron las niñas, y qué contento

el animalito al estar de nuevo todos juntos!

Entonces Isabel se permitió preguntar a Quique:

—¿ Y adonde vas por esta senda ?

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