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—Busco a mi hermana —dijo Helmut.
—Te ayudaré a encontrarla —dijo Sigi. Salió con el patinete.
Helmut le siguió.
Se metieron bajo un arco, frente a la entrada del garaje
subterráneo, cerca del ayuntamiento, y esperaron. Cuando
la luz se puso verde, se escurrieron hacia el garaje y se escondieron
detrás de un coche, frente a la taquilla.
Una mujer estaba allí sentada, vendiendo los boletos.
No vio a Helmut ni a Sigi.
Cuando el coche avanzó, ellos lo siguieron.
—Tendremos que ir aprisa —dijo Helmut.
Montaron en sus patinetes y, uno detrás de otro, enfilaron
la pronunciada curva de la rampa. El conductor hizo
sonar el claxon. La siguiente curva era aún más pronunciada.
Helmut tuvo que usar el freno de mano. Frente a él,
Sigi entró en el primer piso del garaje. Era allí donde el tío
de Helmut aparcaba su coche cuando venía de visita. Susana
iba a veces con él al garaje.
—Susana, Susana —llamó Helmut.
—¡Eh, vosotros! —gritó el empleado—. ¡Fuera de aquí!
Helmut se volvió y vio un hombre que iba hacia él.
Sigi abandonó el patinete y comenzó a correr. Helmut corrió
con el patinete entre los coches hasta el siguiente aparcamiento.
Después, se dirigió a la salida.
El hombre le siguió. De repente, se paró. No sabía si
coger el patinete de Sigi o seguir a Helmut.
Helmut siguió cada vez más deprisa, hasta alcanzar la
rampa.
Mientras, Sigi había recogido su patinete. Helmut comenzó
a subir la rampa. Se pegó a la pared para esquivar
un camión de reparto. Cuando el camión pasó por su lado,
Helmut se agarró a un trozo de lona que pendía de la parte
trasera del camión. Sólo podía conducir con una mano y era
difícil. Pero el camión le remolcó hasta arriba de la rampa,
rápidamente y sin esfuerzo alguno.