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LA (IN)FELICIDAD DE LOS PLACERES INCIERTOS 175<br />

ocupaba <strong>la</strong> felicidad era precisamente lo que le daba sentido a <strong>la</strong> distinción,<br />

exquisitamente moderna, entre "hacia ade<strong>la</strong>nte" y "hacia atrás", y legitimaba<br />

<strong>la</strong> censura de <strong>la</strong>s cosas "de ahora" y hacía más intenso el interés por <strong>la</strong>s "de<br />

más ade<strong>la</strong>nte".<br />

Ese lugar ocupado por <strong>la</strong> felicidad era lo que le daba sentido al sacrificio<br />

que se recomendaba, conocido como "ap<strong>la</strong>zamiento de <strong>la</strong> satisfacción". El espíritu<br />

moderno, instigado y secundado por <strong>la</strong>s instituciones modernas, elevó<br />

<strong>la</strong>s reflexiones de los antiguos sabios al estatuto de preceptos de validez universal:<br />

uno debería guardarse de sacrificar satisfacciones futuras a cambio de<br />

p<strong>la</strong>ceres del presente, dado que <strong>la</strong>s satisfacciones futuras forzosamente serían<br />

más satisfactorias y p<strong>la</strong>centeras que cualquier cosa que pudiera ofrecer el presente.<br />

Así, en <strong>la</strong> nueva era del cálculo racional, <strong>la</strong> renuncia a <strong>la</strong>s satisfacciones<br />

del momento tomó <strong>la</strong> imagen de una inversión segura, y se <strong>la</strong> aceptó como<br />

tal. Las entradas de <strong>la</strong>s libretas de ahorro, y no el contenido de los carritos de<br />

<strong>la</strong>s compras, eran los verdaderos índices de racionalidad y buena vida. Permítasenos<br />

seña<strong>la</strong>r y subrayar que, no obstante esto, ese tipo de inversión aparentaba<br />

ser "segura" sólo gracias a <strong>la</strong> confianza generalizada en el futuro; y que<br />

esa confianza, a su turno, se debía a que el futuro era percibido como un lugar<br />

para <strong>la</strong> felicidad.<br />

Aceptar el ap<strong>la</strong>zamiento de <strong>la</strong> satisfacción comportaba ciertos riesgos. El<br />

futuro, después de todo, era tan inescrutable en ese entonces como lo es ahora;<br />

y así habría de quedar. Una vez que se hubiera sacrificado lo conocido en<br />

nombre de algo aún desconocido, porfiadamente opaco, impermeable y por<br />

completo resistente a ser conocido, el riesgo se volvería enorme e imposible<br />

de estimar cabalmente. Su magnitud suscitaba una demanda infinita de adivinos<br />

y prestidigitadores; y exigía que los aspirantes a líderes políticos alegaran<br />

poseer un conocimiento infalible de <strong>la</strong>s leyes de <strong>la</strong> historia, y en consecuencia,<br />

<strong>la</strong> capacidad de contro<strong>la</strong>r el futuro.<br />

Mientras <strong>la</strong> "felicidad" y el "futuro" siempre indeterminado se fueron<br />

mezc<strong>la</strong>ndo y fusionando, <strong>la</strong> incertidumbre (aguda incertidumbre, incurablemente<br />

aguda incertidumbre) fue el más aterrador de los fantasmas que acosaban<br />

al tipo de <strong>sociedad</strong> que el derecho a <strong>la</strong> felicidad habia forjado y que se<br />

mantenía unida por medio de él, que se organizaba en torno a <strong>la</strong> reivindicación<br />

de ese derecho y que fundamentaba su exigencia de lealtad para con sus<br />

miembros en <strong>la</strong> promesa del progreso hacia su realización. Esto hacía de <strong>la</strong><br />

búsqueda de <strong>la</strong> felicidad una tarea desconcertante, a veces frustrante, ya menudo<br />

muy angustiosa. Exigía asumir constantes riesgos: hipotecar el futuro,

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