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CONCLUSIÓN, UNA UTOpíA SIN TOPOS 275<br />

Siendo <strong>la</strong> soberanía territorial, <strong>la</strong> jung<strong>la</strong> más temida era <strong>la</strong> que generaba <strong>la</strong><br />

excepción en el interior de <strong>la</strong> misma jau<strong>la</strong>: <strong>la</strong> jung<strong>la</strong> de un destino individual<br />

o categorial, conjurado por el poder de <strong>la</strong> ley de suspender su propia aplicación,<br />

y particu<strong>la</strong>rmente <strong>la</strong>s responsabilidades inherentes a esa aplicación. Los<br />

apátridas, los indocumentados serían <strong>la</strong> encarnación moderna del horno sacer,<br />

los "meros cuerpos" despojados a <strong>la</strong> fuerza de sus prerrogativas éticas y sociales,<br />

adiaforizados, eximidos tanto de <strong>la</strong> ley humana como de <strong>la</strong> divina, Cuerpos<br />

que pueden ser destruidos impunemente y cuya destrucción no tendría<br />

significación ni humana ni divina.<br />

El soberano tiene el poder de exceptuar. También tiene el poder de abstenerse<br />

de exceptuar. Sobre todo, el soberano tiene el poder de definir <strong>la</strong>s condiciones<br />

que separan <strong>la</strong> aplicación de <strong>la</strong> ley de su excepción. Podría decirse<br />

que lo que se entendía en último término por "orden", <strong>la</strong> meta suprema de<br />

toda empresa moderna, era en primer lugar trazar esa distinción de manera<br />

incuestionable, libre de toda ambigüedad, y luego blindada contra toda posibilidad<br />

de disenso. El arma principal para <strong>la</strong> construcción y protección del<br />

orden durante <strong>la</strong> modernidad no era tanto el poder para legis<strong>la</strong>r como <strong>la</strong> capacidad<br />

de suspender o abolir. A menos que <strong>la</strong> acompañara el poder para excluir,<br />

<strong>la</strong> soberanía territorial no se bastaba a sí misma. No habría soberanía territorial<br />

si el soberano no pudiera decidir otorgar o denegar <strong>la</strong> entrada a <strong>la</strong><br />

cárcel! refugio de <strong>la</strong> ley. Y no habría nada que pudiera separar el orden del<br />

caos, el imperio de <strong>la</strong> ley de su total ausencia.<br />

La presencia del déspota soberano se sobrentendía en todo lo re<strong>la</strong>tivo a <strong>la</strong><br />

construcción y el mantenimiento del orden; <strong>la</strong> pregunta que se desprendía<br />

naturalmente era cómo ilustrar (léase: domar y domesticar) al déspota. Era<br />

central en <strong>la</strong> idea del "déspota ilustrado" que <strong>la</strong>s cosas fueran de tal manera<br />

que el soberano nunca, salvo en circunstancias verdaderamente excepcionales,<br />

tuviera que ape<strong>la</strong>r a su poder de excepción. Más precisamente, que <strong>la</strong>s cosas<br />

fueran de tal manera que <strong>la</strong> cantidad y frecuencia de "circunstancias excepcionales"<br />

se vieran reducidas al mínimo, quizás eliminadas por completo,<br />

de modo que hubiera pocas oportunidades o ninguna para actuar de manera<br />

"no ilustrada".<br />

Hacer posible ese estado de cosas, y hacerlo duradero, era un logro que el<br />

soberano y sus sujetos debían alcanzar en conjunto. O, más bien, lo más probable<br />

era que una situación de ese tipo se verificara en un entorno en el que<br />

los sujetos difícilmente podrían provocar/desatar <strong>la</strong> aplicación por parte del<br />

soberano de su poder de excepción, por lo que difícilmente el déspota sobe-

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