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CONCLUSIÓN, UNA UTOPÍA SIN TOPOS 277<br />

que ver con <strong>la</strong> incondicionalidad dc"<strong>la</strong> ley y con <strong>la</strong> incondicionalidad de sus<br />

excepoones.<br />

La excepción que se incluía en el p<strong>la</strong>n maestro de <strong>la</strong> utopía se pensaba, sin<br />

embargo, corno algo que sucedería de una vez y para siempre. Una vez que se<br />

le asignara a cada uno el lugar que mejor le correspondía, una vez que aquellos<br />

para los que no había lugar murieran, se fueran por propia voluntad o fueran<br />

expulsados de <strong>la</strong> ciudad, ya no sería necesario volver a recurrir al poder de <strong>la</strong> excepción.<br />

La espada del poder quedaría para siempre envainada, y se <strong>la</strong> guardaría<br />

para instrucción de <strong>la</strong>s nuevas y felices generaciones, como una pieza de museo,<br />

una reliquia de tiempos ya pasados, anteriores a <strong>la</strong> "buena <strong>sociedad</strong>".<br />

Uno podría pensar que esta esperanza fue <strong>la</strong> principal razón por <strong>la</strong> que el<br />

término "utópico" adquirió con el transcurso de <strong>la</strong> historia moderna <strong>la</strong> connotación<br />

de una quimera, algo descabel<strong>la</strong>do, si no directamente insustancial,<br />

y se vio acompañado en los tesauros modernos por otros términos como "fantasioso",<br />

"quimérico", "poco práctico", "soñador".<br />

La imaginación paralizadora<br />

De este modo llegamos al segundo atributo de todo pensamiento utópico: <strong>la</strong><br />

finalidad.<br />

Como si se hubieran inspirado en <strong>la</strong> demostración, consabidamente errónea,<br />

de <strong>la</strong> existencia de Dios que ensayó San Anselmo (hay cosas mejores que<br />

otras, de modo que tiene que haber una que sea mejor que todas <strong>la</strong>s demás,<br />

y que, por lo tanto, no se <strong>la</strong> pueda mejorar: esa entidad es Dios), los diseñadores<br />

de utopías dieron por sentado que <strong>la</strong> <strong>la</strong>rga serie de mejoras de <strong>la</strong> realidad<br />

social, por más que se di<strong>la</strong>taran en el tiempo o se condensaran a <strong>la</strong> manera<br />

revolucionaria, eventualmente deberían llegar a una conclusión natural:<br />

no so<strong>la</strong>mente una <strong>sociedad</strong> mejor, sino <strong>la</strong> mejor <strong>sociedad</strong> concebible, <strong>la</strong> <strong>sociedad</strong><br />

perfecta, en <strong>la</strong> que todo cambio no pudiera ser sino para peor. Pasar de<br />

cualquier "<strong>sociedad</strong> realmente existente" a <strong>la</strong> <strong>sociedad</strong> perfecta sería un salto<br />

gigantesco y un cambio verdaderamente formidable, pero después de ese salto<br />

ya no habría que dar ningún otro, y no se necesitaría ni se desearía ningún<br />

Otro cambio, con <strong>la</strong>s molestias que éste habría de traer aparejadas: los riesgos,<br />

los temores, <strong>la</strong> incomodidad de <strong>la</strong> "transición".<br />

Hay tantas injusticias en el mundo, tantos espacios en b<strong>la</strong>nco en los mapas<br />

del universo y tantas incógnitas en esa ecuación que es el ser humano;

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