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274 LA SOCIEDAD SITIADA<br />
tervención; no comporta indiferencia o neutralidad respecto de <strong>la</strong> ley, sino un<br />
compromiso más activo y una "toma de posición". La excepción (despojar de<br />
deberes, pero también de derechos) no sitúa al exceptuado más allá del <strong>la</strong>rgo<br />
brazo de <strong>la</strong> ley, sino que, por el contrario, lo expone: lo deja desnudo, desarmado<br />
e indefenso ante el poder absoluto de <strong>la</strong> ley. Decretar el estado de excepción<br />
(por definición acotado, en tanto distingue sus objetos y los separa<br />
del resto) es el arma más terrible y poderosa que el soberano puede usar para<br />
castigar dentro de <strong>la</strong> ley. El derecho a decretar, distribuir y redistribuir excepciones<br />
es el verdadero objetivo de <strong>la</strong>s luchas por el poder.<br />
El soberano es soberano en tanto contro<strong>la</strong> el acceso a <strong>la</strong> Ley. Cualquier cosa<br />
que ocurra dentro de <strong>la</strong>s fronteras territoriales del Estado soberano cae bajo<br />
ese control. En un territorio en el que cada sujeto está ubicado en el lugar<br />
que le corresponde, cualquier entidad a <strong>la</strong> que se exima de ubicación y por lo<br />
tanto se le niegue un lugar propio queda privada de sus derechos: no goza de<br />
ninguno de los derechos que los otros sujetos tienen <strong>la</strong> obligación (impuesta<br />
y vigi<strong>la</strong>da por el Estado) de respetar. Entre los sujetos uniformados, cada uno<br />
con su propia categoría legal, <strong>la</strong> vida de los exceptuados es <strong>la</strong> vita nuda, una<br />
vida puramente corporal a <strong>la</strong> que se le niega toda significación legal. Un "territorio<br />
soberano" es producto de su propio mapa: es <strong>la</strong> impresión que deja<br />
un molde de categorías legales densamente entretejidas en un espacio físico<br />
lleno de cuerpos humanos.<br />
Mientras el poder soberano conserve <strong>la</strong> facultad de sancionar con <strong>la</strong> excepción,<br />
su leyes inexpugnable, una cárcel cuya salida traería consecuencias<br />
funestas, un precio que no vale <strong>la</strong> pena pagar por <strong>la</strong> libertad, y cuyo acceso es<br />
un privilegio que hay que ganarse, y que unavez ganado, hay que cuidar. Los<br />
reclusos tienen toda <strong>la</strong> razón al ver esa cárcel como un refugio (incómodo, sí,<br />
pero seguro). Es una cárcel donde <strong>la</strong> mayoría de los aspirantes a internos piden<br />
a gritos que se les franquee el acceso, el sueño de redención final de aquéllos<br />
a quienes les ha sido negada <strong>la</strong> admisión.<br />
El interior de <strong>la</strong> cárcel de <strong>la</strong> leyera el lugar en el que debía desarrol<strong>la</strong>rse <strong>la</strong><br />
vida de los sujetos del soberano; <strong>la</strong> vida entera, de <strong>la</strong> cuna al ataúd. Sin otra alternativa<br />
que una vida, como advirtiera Aristóteles, digna de un animal o de un<br />
dios, el soberano podía contar con <strong>la</strong> obediencia de unos sujetos que no eran<br />
una cosa ni <strong>la</strong> otra. A los pocos lo suficientemente audaces como para endiosarse<br />
a sí mismos era fácil borrarlos del mapa o acal<strong>la</strong>dos, dec<strong>la</strong>rándolos chif<strong>la</strong>dos<br />
o censurándolos; a <strong>la</strong> vez que los sujetos y aspirantes a sujetos, temiendo los<br />
peligros de <strong>la</strong> vida animal, siempre preferirían una jau<strong>la</strong> a <strong>la</strong> espesura.