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222 POLÍTICAS DE VIDA<br />
el "bullicioso ajetreo", no sus propósitos y recompensas manifiestos. "La liebre<br />
no nos protege de ver nuestra propia miseria y muerte, pero <strong>la</strong> diversión de cazar<br />
una liebre sí". No buscamos y encontramos el desen<strong>la</strong>ce del drama de <strong>la</strong><br />
mortalidad en los logros que obtenemos, sino en el hecho de desearlos e ir en<br />
pos de ellos.<br />
Pascal albergaba pocas esperanzas: no hay más forma de escaparse del destino<br />
humano que en <strong>la</strong>s diversiones, y no se podría culpar a nuestros congéneres<br />
mortales por desear<strong>la</strong>s. "Su error no está en buscar agitación, si lo que<br />
hacen les viene de un deseo de entretenerse. Lo que es erróneo es buscar algo<br />
pensando que el hecho de poseerlo les traerá una felicidad verdadera; sólo<br />
en ese caso uno no se equivoca en acusarlos de vanidad".<br />
Si Pascal hubiera nacido algunos siglos después, quizás habría repetido<br />
con Robert Louis Stevenson: "Viajar esperanzado es mejor que llegar a destino,<br />
y el verdadero éxito está en el trabajo". Sin embargo, con toda probabilidad,<br />
Pascal habría afi<strong>la</strong>do <strong>la</strong> pluma del escritor escocés, y habría apuntado<br />
amargamente que llegar a destino no es motivo de júbilo. Dejar de viajar es<br />
una receta que conduce al abatimiento y <strong>la</strong> desesperación, habría dicho Pascal.<br />
No hay forma de escaparse del destino humano; lo mejor que uno puede<br />
hacer es intentar olvidarse.<br />
Sin embargo, otro gran explorador del espíritu humano (moderno, como<br />
quedará explicirado más ade<strong>la</strong>nte), Sarco Kierkegaard, objetaría esta última<br />
afirmación. Buscar divertirse en vez de enfrentarse cara a cara con el destino<br />
humano es, para Kierkegaard, el signo de una vida corrupta o perversa, una<br />
patología del carácter. Y no hay nada inevitable en esa perversión: <strong>la</strong> corrupción<br />
es, c<strong>la</strong>ra y simplemente, resistible.<br />
El arquetipo de esta patología es para Kierkegaard <strong>la</strong> figura del Don Ciovanni<br />
de Mozart. El goce de Don Juan no está en <strong>la</strong> posesión de mujeres, sino<br />
en su seducción: no le interesan para nada <strong>la</strong>s que ya ha conquistado, su<br />
goce se detiene en el momento del triunfo. El apetito sexual de Don Juan no<br />
es necesariamente mayor que el de cualquier hijo de vecino; el punto, sin embargo,<br />
es que <strong>la</strong> cuestión de cuán grande es ese apetito es completamente irrelevante<br />
para <strong>la</strong> fórmu<strong>la</strong> de vida de Don Juan, ya que <strong>la</strong> vida se trata de mantener<br />
vivo el deseo más que de satisfacerlo. "Sólo así puede adquirir Don Juan<br />
carácter épico, al terminar y recomenzar otra vez desde el principio constantemente,<br />
porque su vida es una suma de momentos ais<strong>la</strong>dos que no tienen<br />
coherencia alguna, su vida como momento es <strong>la</strong> suma de momentos, en tanto<br />
<strong>la</strong> suma de momentos es el momento... ".