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CONSUMIRSE LA VIDA 229<br />
con minuciosidad, resistentes al desgaste, pensados para perdurar y mantener<br />
su forma por un <strong>la</strong>rgo tiempo. Desde e! Panóptico de Jeremy Benrham a <strong>la</strong><br />
administración científica de Frederick Taylor y <strong>la</strong> línea de producción de<br />
Henry Ford, no se escatimaron esfuerzos para construir y consolidar esos<br />
marcos para <strong>la</strong> conducta humana que habrían de suprimir definitivamente <strong>la</strong>s<br />
erráticas pasiones, caprichosas por naturalezas, y eliminar todo tipo de irracionalidad,<br />
incluyendo <strong>la</strong> de los anhelos humanos.<br />
Los deseos y anhelos, particu<strong>la</strong>rmente los "imprevistos y espontáneos", solían<br />
ser vistos con sospechas por los arquitectos del orden: del mismo modo<br />
en que <strong>la</strong> "naturaleza" como <strong>la</strong> retrataba <strong>la</strong> ciencia popu<strong>la</strong>r de <strong>la</strong> época era un<br />
sistema perfectamente cerrado, <strong>la</strong> modernidad buscaba para sí un orden que<br />
se aviniera a los mandatos de <strong>la</strong> razón hasta sus últimas consecuencias: nada<br />
que fuera disfuncional, ni indiferente al criterio de funcionalidad, estaba permitido.<br />
No se consentían antojos ni caprichos; el comportamiento espontáneo,<br />
o falto de una motivación trascendente, se consideraba peligroso para <strong>la</strong><br />
"conservación del orden". Cualquier libertad más allá del "reconocimiento de<br />
<strong>la</strong>s necesidades" era como una espina c<strong>la</strong>vada en el costado de <strong>la</strong> racionalidad.<br />
En un esquema como ése, el consumo, como los demás p<strong>la</strong>ceres de <strong>la</strong> vida,<br />
no podía ser más que un servidor del orden racional (e! chantaje que había<br />
que pagarle a regañadientes a <strong>la</strong> irreductible irracionalidad de <strong>la</strong> condición<br />
humana), o un pasatiempo <strong>la</strong>nzado a los márgenes del camino principal de <strong>la</strong><br />
vida, donde no podría interferir con sus verdaderos asuntos.<br />
Elprincipio de realidad y elprincipio dep<strong>la</strong>cer<br />
llegan a un acuerdo<br />
El "principio de realidad", según <strong>la</strong> célebre definición de Sigmund Freud, era<br />
e! límite que se le fijaba al "principio de p<strong>la</strong>cer", e!límire que quienes buscaban<br />
p<strong>la</strong>cer podían infringir sólo a riesgo personal. Los dos principios tenían<br />
propósitos enfrentados; ni a los administradores de <strong>la</strong>s fábricas capitalistas ni<br />
a los predicadores de <strong>la</strong> razón moderna se les ocurría que los dos enemigos<br />
pudieran llegar a un acuerdo y convertirse en aliados, que el p<strong>la</strong>cer podría<br />
transformarse mi<strong>la</strong>grosamente en e! pi<strong>la</strong>r de <strong>la</strong> realidad y que <strong>la</strong> búsqueda de<br />
p<strong>la</strong>cer podría convertirse en el instrumento principal (y suficiente) de <strong>la</strong> conservación<br />
del orden. En otras pa<strong>la</strong>bras, que <strong>la</strong> fluidez pudiera llegar a erigirse<br />
en <strong>la</strong> mayor solidez, <strong>la</strong> condición más estable que pudiera concebirse y, justa-