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264 POLÍTICAS DE VIDA<br />
rros propios recursos individuales, y que se nos ha dicho a diario -y lo vemos<br />
con nuestros propios ojos- que todo el mundo sigue esa recomendación<br />
o intenta seguir<strong>la</strong>, nos acostumbramos a <strong>la</strong> idea de que nuestro itinerario<br />
personal es <strong>la</strong> única preocupación razonable y el único fundamento para <strong>la</strong><br />
acción efectiva. Rara vez se nos ocurre que podría haber algún provecho (y<br />
alguna esperanza) en intentar reformar <strong>la</strong>s condiciones más amplias bajo <strong>la</strong>s<br />
cuales se forjan nuestras biografías (y <strong>la</strong>s biografías de todo el resto de nuestros<br />
congéneres humanos) y se buscan desesperadamente soluciones biográficas.<br />
Si se nos sugiriera que intentáramos esa reforma, no le prestaríamos<br />
crédito al consejo y desconfiaríamos de quienes nos aconsejaron. Rechazar<br />
el compromiso, basándose en <strong>la</strong> supuesta infructuosidad de <strong>la</strong> acción colectiva,<br />
y en último término en su impotencia, parece ser una medida racional,<br />
<strong>la</strong> conclusión legítima para una evaluación sobria y "racional" de <strong>la</strong>s perspectivas<br />
y <strong>la</strong>s posibilidades.<br />
y sin embargo... por más racional que parezca rechazar el compromiso, su<br />
elegancia lógica no siempre podrá acal<strong>la</strong>r los remordimientos. La conciencia<br />
se caracteriza por hacer caso omiso de <strong>la</strong>s razones de <strong>la</strong> Razón, y por tener razones<br />
que <strong>la</strong> Razón no conoce. No siempre podemos desentendernos de <strong>la</strong>s<br />
imágenes del horror. Una y otra vez queremos ayudar a <strong>la</strong>s víctimas, a pesar<br />
de que rara vez vamos más allá de l<strong>la</strong>mar al número telefónico para co<strong>la</strong>borar<br />
con <strong>la</strong> tarjeta de crédito, o enviar un cheque a <strong>la</strong> institución caritativa que<br />
aparece en pantal<strong>la</strong>. A veces, sumamos nuestras voces a <strong>la</strong> condena colectiva<br />
de los autores de <strong>la</strong>s atrocidades (cuando se los nombra) y a <strong>la</strong> a<strong>la</strong>banza pública<br />
de quienes ayudaron a <strong>la</strong>s víctimas (si los periodistas los seña<strong>la</strong>n y los sacan<br />
de su buscado anonimato). Casi nunca el compromiso va lo suficientemente<br />
lejos como para atacar <strong>la</strong>s mismas raíces del mal. Si acaso quisiéramos<br />
asumir ese compromiso, no sabríamos dónde empezar ni qué hacer.<br />
El compromiso no es inconcebible; tampoco lo es el compromiso a <strong>la</strong>rgo<br />
p<strong>la</strong>zo, ni un compromiso a <strong>la</strong>rgo p<strong>la</strong>zo fructífero, eficaz, para cambiar el mundo.<br />
Pero hay fuerzas muy poderosas que conspiran para impedir el acceso. La<br />
falta de una adecuada visión del interior del hermético capullo de <strong>la</strong> interdependencia,<br />
en el que se han gestado los terrores conocidos, y en el que los temores<br />
<strong>la</strong>rvarios y aún desconocidos se están incubando, es una dificultad difícil<br />
de salvar o quitar del camino. La cadena de conexiones causales se ramifica<br />
demasiado, es demasiado intrincada como para que pueda seguir<strong>la</strong> gente que<br />
sufre apremios y que carece de entrenamiento; y, además, <strong>la</strong> mayor parte de<br />
sus es<strong>la</strong>bones tienden a estar sel<strong>la</strong>dos en compartimientos secretos cuya en-