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200 POLfTICAS DE VIDA<br />

cibidas", ideas triviales. compartidas por todos, que no exigen ni necesitan<br />

reflexión porque se consideran obvias y que, como los axiomas, no necesitan<br />

ser sometidas a prueba. Cuestionar lo que se supone "obvio", examinar<br />

lo que no suele discutirse, l<strong>la</strong>mar <strong>la</strong> atención acerca de los aspectos que normalmente<br />

no se consideran o quedan en el silencio, eso es lo que requiere<br />

tiempo. Pero ningún otro medio de comunicación merece de manera más<br />

categórica el famoso adagio de Benjamin Franklin: "el tiempo es dinero". El<br />

tiempo es el recurso que en <strong>la</strong> televisión escasea notoriamente. Como se le ocurrió<br />

a un periodista francés, si Émile Zo<strong>la</strong> hubiera podido hacer su defensa de<br />

Dreyfus en televisión. sólo habría tenido tiempo de gritar '']'accuse!".<br />

La televisión, pública o privada, no tiene otro mundo en el que operar<br />

más que el mundo conquistado y gobernado por <strong>la</strong> competencia del mercado.<br />

El ratinges, podría decirse, "el destacamento dejado por los conquistadores<br />

en <strong>la</strong> ciudad conquistada". El rating da cuenta del "poder de retención" de<br />

un programa: para alcanzar un rating respetable, hay que retener <strong>la</strong> atención<br />

de los espectadores mientras dure el programa, y los espectadores, una vez<br />

que han elegido ese programa de entre <strong>la</strong> <strong>la</strong>rga lista de programas en exhibición,<br />

deben poder confiar en que eso ocurrirá efectivamente. Para <strong>la</strong> televisión<br />

comercial, éste es asunto de vida o muerte: no quedaría nadie en su puesto,<br />

ni en los cargos directivos ni en los estudios para sopesar los resultados, si<br />

eventualmente se decidiera experimentar más allá de <strong>la</strong> omnipotencia del veredicto<br />

de los ratinys. La televisión pública tampoco está en mejor posición<br />

para resistir: opera en el mismo mundo, un mundo en el cual <strong>la</strong> competencia<br />

de mercado tiene el poder supremo, y en el que los gobiernos de turno,<br />

sin excepción, insisten en que se <strong>la</strong> respete y obedezca: los ministros se encontrarían<br />

en problemas si se pusieran a gastar "el dinero de los contribuyentes"<br />

en producir programas que a los contribuyentes no les gustaría ver ni verían.<br />

La carrera por el rating es una competencia en <strong>la</strong> que todos los canales de televisión<br />

deben participar, y en <strong>la</strong> que todos deben demostrar su valor. Pero<br />

ninguno sería capaz de atraer televidentes si no lidiara con <strong>la</strong>s capacidades de<br />

éstos y no se guiara por sus preferencias.<br />

La atención humana es el objetivo principal en <strong>la</strong> competencia de los medios,<br />

y su bien más preciado; pero es también el recurso más escaso y, fundamentalmente,<br />

el menos prescindible. Dado que el total de <strong>la</strong> atención no<br />

puede incrementarse, <strong>la</strong> competencia por <strong>la</strong> atención es un juego de suma<br />

cero, y no puede ser sino una guerra de redistribución: ciertos mensajes pueden<br />

ganar más atención so<strong>la</strong>mente a expensas de que otros <strong>la</strong> pierdan. La in-

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