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40 POLÍTICA GLOBAL<br />
composición que venían a reemp<strong>la</strong>zar y también para hacerlo, a diferencia de<br />
éstas, por un <strong>la</strong>rgo, <strong>la</strong>rgo tiempo. Puede que los retoños humanos, en tanto<br />
individuos, hayan sido arrancados de raíz del suelo en el que habían sido<br />
p<strong>la</strong>ntados durante el ancien régime, pero sólo para ser "rransp<strong>la</strong>ntados" (y vaya<br />
que se buscaba el transp<strong>la</strong>nre) a los canteros de un jardín social diseñado<br />
mejor y más racionalmente.<br />
La modernidad fue una respuesta a <strong>la</strong> desintegración gradual, aunque imp<strong>la</strong>cable<br />
y a<strong>la</strong>rmante, del ancien régime, con su archipié<strong>la</strong>go de comunidades<br />
locales poco conectadas entre sí que se reproducían de forma endógena, y que<br />
estaban sometidas al yugo de los poderes supralocales que se caracterizaban<br />
tanto por su enorme codicia como por lo limitado de su ambición y capacidad<br />
en el orden administrativo. Se trataba, según <strong>la</strong> memorable frase de Ernest<br />
Gellner, de un "Estado dentista", especializado en <strong>la</strong> extracción por medio<br />
de <strong>la</strong> tortura. En general, <strong>la</strong>s atribuciones administrativas de los príncipes<br />
se limitaban a recolectar el producto excedente, sin involucrarse en ningún<br />
momento en el proceso de producción.<br />
La "riqueza de <strong>la</strong>s naciones" -si es que aquel<strong>la</strong> idea aparecía- era algo que,<br />
para los gobernantes de los Estados premodernos, podía traer sufrimiento o<br />
alegría, pero que de un modo u otro había que aceptar plácidamente tal como<br />
se aceptaban los restantes inescrutables designios de <strong>la</strong> Providencia. Sólo comenzó<br />
a considerárse<strong>la</strong> una tarea que había que emprender -y por consiguiente<br />
objeto de atención, investigación, p<strong>la</strong>neamicnto y acción- cuando ya no se<br />
pudo confiar en <strong>la</strong> reproducción monótona de <strong>la</strong>s condiciones bajo <strong>la</strong>s cuales<br />
solían producirse los bienes, y sobre todo, en <strong>la</strong> solidez del orden que comenzó<br />
a l<strong>la</strong>marse "social" para contrastar con el orden divino. Como lo demostró<br />
Alexis de Tocqueville, el ancten régime se había derrumbado mucho antes de<br />
que los revolucionarios franceses se atrevieran a entrar donde nadie se había<br />
atrevido a hacerlo hasta el momento -o donde nadie hasta allí había creído necesario<br />
o beneficioso entrar-: <strong>la</strong> apertura de un territorio antes inexplorado<br />
que comportaba <strong>la</strong> instauración de un nuevo orden artificialmente diseñado,<br />
supervisado y administrado por su creador, el hombre, para legis<strong>la</strong>r sobre los<br />
asuntos humanos, siempre tan complicados y difíciles de manejar.<br />
La modernidad nació bajo el signo de ese orden: del orden visto como una<br />
tarea sujeta al diseño racional y a <strong>la</strong> supervisión constante, y sobre todas <strong>la</strong>s<br />
cosas, a una administración quisquillosa. La modernidad se empeñó tanto en<br />
<strong>la</strong> propia tarea de hacer del mundo algo adrninisrrable como en administrarlo<br />
celosamente luego; este celo administrativo se sustentaba en <strong>la</strong> convicción