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258 POLÍTICAS DE VIDA<br />
nos de hacer lo que no habría que hacer en absoluto. Para hacer <strong>la</strong> situación<br />
del espectador todavía más angustiosa, <strong>la</strong> brecha entre lo hecho y lo que hay<br />
que hacer parece ensancharse en vez de decrecer. Cada vez hay en el mundo<br />
más asuntos turbios que piden venganza o remedio a los gritos, pero nuestra<br />
capacidad de actuar, y particu<strong>la</strong>rmente <strong>la</strong> aptitud para actuar con eficacia,<br />
parece ir marcha atrás, empequeñecida aún más por lo colosal de <strong>la</strong> tarea.<br />
La cantidad de acontecimientos y situaciones que llegan a nuestro<br />
conocimiento y que nos ponen en <strong>la</strong> reprensible posición de espectadores<br />
crece día a día.<br />
Keith Testee pone en unas pocas pa<strong>la</strong>bras lo que rápidamente se está convirtiendo<br />
en el problema crucial, el más desconcertante, en nuestro mundo<br />
en proceso de globalización: "El mundo es, entre otras cosas, un productor<br />
de horrores y atrocidades, y al parecer no existen recursos que puedan ser <strong>la</strong><br />
base para generar una respuesta moral a muchas de esas instancias de sufrimiento"."<br />
En otras pa<strong>la</strong>bras, Tester se pregunta por qué hay tantos espectadores<br />
en este mundo en que vivimos; cómo puede ser que el mundo se haya<br />
convertido en una enorme y muy eficiente fábrica de espectadores.<br />
La primera respuesta que viene a <strong>la</strong> mente cuando uno se p<strong>la</strong>ntea <strong>la</strong> pregunta<br />
que hace Tester es, obviamente, <strong>la</strong> distancia entre elobservador y el sufrimiento<br />
observado. No es que "un anciano junto a ti, una jovencita, un niño<br />
o un bebé", que quedaron sin respuesta moral, como en el poema de<br />
C<strong>la</strong>rkson, hayan hecho que Tester, y nosotros con él, nos detuviéramos a pensar<br />
en el complicado proceso de producción en serie de espectadores. Más<br />
bien se trata de toda esa gente que sufre, los hombres y <strong>la</strong>s mujeres de todas<br />
<strong>la</strong>s edades, pobres y desgraciados, que viven (o mueren) lejos de nuestros hogares<br />
y de <strong>la</strong>s calles que alguna vez quizá vayamos a transitar. La distancia que<br />
nos separa de ellos es enorme, insuperable para nuestra capacidad de desp<strong>la</strong>zamiento,<br />
o para <strong>la</strong>s herramientas que sabemos manejar. Nuestra experiencia<br />
de su sufrimiento está mediada por cámaras de televisión, satélites, cables,<br />
pantal<strong>la</strong>s. Una experiencia mediada permite so<strong>la</strong>mente una respuesta igualmente<br />
mediada: sacar <strong>la</strong> billetera y pagarle a alguna agencia para que nos alivie<br />
temporalmente, hasta que <strong>la</strong>s próximas imágenes del horror brillen en <strong>la</strong><br />
pantal<strong>la</strong> y nos remuerdan <strong>la</strong> conciencia.<br />
Imágenes hay por montones. Se cue<strong>la</strong>n en nuestras sa<strong>la</strong>s de estar con<br />
asombrosa regu<strong>la</strong>ridad. También caen en el olvido unos pocos días u horas<br />
Tesrer, Moral Culture, oh. cir., p. 17.