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248 POLÍTICAS DE VIDA<br />

actos (o <strong>la</strong> ausencia de éstos) que el código penal no califica y que, por lo tanto.<br />

tienen como única consecuencia una culpa "meramente" moral; y <strong>la</strong> ignominia<br />

que eso conlleva. Sea lo que fuete, el mal que subyace en <strong>la</strong> actitud del<br />

testigo pasivo o del espectador es diferente del mal que resulta del accionar<br />

del autor, y lo que marca <strong>la</strong> diferencia es <strong>la</strong> presencia o <strong>la</strong> ausencia de una prohibición<br />

legal. Trazar una línea para separar <strong>la</strong>s dos actitudes reprensibles en<br />

el marco del hecho delictivo, sin pensar ya en trazar<strong>la</strong> sin ambigüedades ni<br />

controversias, sería un esfuerzo estéril si <strong>la</strong> condena moral del mal, en vez de<br />

<strong>la</strong> retribución penal que éste atrae o deja de atraer, fuera lo que guía <strong>la</strong> mano.<br />

Pero incluso cuando se obedece sin chistar al hábito común de conferirle autoridad<br />

a <strong>la</strong> letra de <strong>la</strong> ley en vez de a <strong>la</strong> inefable expresión de los sentimientos<br />

morales, se tiende a encontrar un ámbito de arduas controversias entre el<br />

crimen indiscutido atribuido al autor, y <strong>la</strong> <strong>la</strong>mentable, aunque comprensible<br />

y excusable, ma<strong>la</strong> acción del espectador. En esa zona gris, los espectadores se<br />

exponen al peligro de hacerse cómplices del mal y convertirse en autores.<br />

Dónde y cuándo ocurre esta siniestra transformación es algo difícil de seña<strong>la</strong>r,<br />

y más aún de prever.<br />

El hábito de separar analíticamente el crimen de comisión que se imputa<br />

al autor del pecado de omisión que se atribuye al espectador puede ser cuestionado<br />

y refutado también en otros términos. Si se ubica a autores y espectadores<br />

en universos separados, enmarcados por discursos académicos independientes<br />

(generalmente por <strong>la</strong> criminología en el caso de los autores y por<br />

<strong>la</strong> ética en el de los espectadores) con pocos puntos en común o ninguno, los<br />

analistas tenderán, inevitablemente, a generar redes conceptuales y esquemas<br />

explicativos diferentes para cada una de <strong>la</strong>s dos categorías. Tenderán a separarlos<br />

en dos categorías distintas con sus propias características psicológicas y<br />

coordenadas sociales. Una vez establecida por primera vez, esta distinción cobrará<br />

su propia inercia. Toda investigación se desarrol<strong>la</strong>rá en dos direcciones<br />

en creciente divergencia, lo cual multiplicará <strong>la</strong> diferencia, a <strong>la</strong> vez que hará<br />

cada vez más difícil descubrir y cartografiar el terreno común.<br />

Sin embargo, existe una afinidad entre "hacer el mal" y "no resistirse al<br />

mal", y es mucho más íntima de lo que admitirían quienes se dedican a estudiar<br />

una de estas dos categorías olvidando a <strong>la</strong> otra. Esta afinidad podría aparecer<br />

a simple vista (si en estos tiempos todavía se pudiera pensar en algo así<br />

como una vista simple), de no ser por una ceguera inducida. Esta ceguera es<br />

una consecuencia, o un efecto secundario, de <strong>la</strong> completa institucionalización<br />

de <strong>la</strong> distinción entre <strong>la</strong>s estrategias sociales que se aplican, respectivamente,

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