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IR4 POLÍTICAS DE VIDA<br />
portante" del mercado de consumo es <strong>la</strong> gente que se guía por <strong>la</strong> definición<br />
ortodoxa de necesidades de consumo, <strong>la</strong> gente que experimenta "<strong>la</strong> necesidad"<br />
como un estado de tensión desagradable, y que identifica <strong>la</strong> felicidad<br />
con <strong>la</strong> eliminación de esa tensión, con el restablecimiento del equilibrio, <strong>la</strong><br />
vuelta al estado de equilibrio y tranquilidad que se alcanza cuando se obtiene<br />
aquello, cualquiera sea, que se necesitaba para satisfacer esa necesidad.<br />
El "enemigo público número uno" del mercado de consumo es <strong>la</strong> gente para<br />
<strong>la</strong> cual el consumo no es "un fin absoluto en sí mismo" ni una "vocación".<br />
Gente para <strong>la</strong> cual <strong>la</strong> meta de <strong>la</strong> carrera hacia <strong>la</strong> felicidad es poder lIegat a<br />
decir: "Tengo todo lo que necesito, basta de tanto escándalo, me quedo<br />
tranquilo".<br />
Cuando el "adversario más importante" del capitalismo era el trabajador<br />
tradicional, había que transformar el trabajo en una actividad "aurotélica", un<br />
"fin en sí mismo", una actividad sin otro propósito que perpetuarse e intensificarse,<br />
en función de sí misma como único objetivo. Por supuesto, los trabajadores<br />
también tenían que consumir para recuperar su capacidad de trabajo.<br />
Sin embargo, <strong>la</strong> necesidad de consumir de los trabajadores era un estorbo: un<br />
precio que los dueños de <strong>la</strong>s fabricas tenían que pagar, a regañadientes, para<br />
asegurarse lo verdaderamente importante: mantener <strong>la</strong> fábrica en funcionamiento,<br />
<strong>la</strong> maquinaria operando al máximo y <strong>la</strong> productividad en alza. Aunque<br />
no pudiera evitárselo por completo, había que mantener ese precio, como<br />
todos los demás gastos, al mínimo posible. El trabajador ideal, para sus<br />
jefes, debía ver <strong>la</strong> tarea productiva como una vocación y el consumo como<br />
una triste e inevitable necesidad. Debía detestar cualquier exceso, cualquier<br />
capricho personal, cualquier derroche. Debía considerar vergonzosa y/o pecaminosa,<br />
detestable, indigna y contraria a <strong>la</strong> moral cualquier cosa que estuviera<br />
sobre el nivel de lo absolutamente imprescindible para <strong>la</strong> supervivencia.<br />
Si sentía y actuaba de este modo, entonces, a <strong>la</strong> vez que <strong>la</strong> intensidad de su<br />
<strong>la</strong>bor seguiría incrementándose, sus "necesidades genuinas" (en tanto distintas<br />
de aquel<strong>la</strong>s no re<strong>la</strong>cionadas con <strong>la</strong> mínima supervivencia, y por ende "falsas")<br />
no. El único consumo éticamente aceptable sería el necesario para vehiculizar<br />
<strong>la</strong> vocación del hombre de trabajo, que consistía en trabajo y más<br />
trabajo, y todavía más trabajo, y que había que obedecer todos los días a rajatab<strong>la</strong>.<br />
En nuestros tiempos, en los que el "adversario más importante" es el consumidor<br />
tradicional, ahora le tocaría al consumo transformarse en una actividad<br />
"aurorélica", un "fin en sí mismo", que no tenga otro propósito que per-