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solo tirón. A ellas y a ellos les decía lo correcto, exactamente lo que querían oír y, por<br />
supuesto, jamás lo mismo.<br />
Las fechas conmemorativas del almanaque coincidían con su nombre. Día de la<br />
primavera, Día de los Enamorados, Halloween, llevaban a un costado la regla<br />
mnemotécnica: “llamar a Giovanna”.<br />
En agosto del último año escolar, con motivo de otro aniversario, fue que<br />
decidió uniformarse. La decisión tenía, claro, cariz de prosecución; “para eso no se<br />
estudia”, pensaba, debido a lo cual era imprescindible anticiparse y comenzar a<br />
cavar la trinchera.<br />
En la computadora de la empresa de su padre confeccionó sus primeras tarjetas<br />
de presentación. Dudó si colocar su apellido; “Giovanna” a secas parecía más cordial<br />
pero el solo nombre, debajo de la leyenda “organizadora de fiestas” en colores<br />
alegres, no desterraba la ambigüedad al servicio que proponía. Añadió su apellido y<br />
redujo el malentendido.<br />
Repartió con premura aquél rectángulo de cartulina entre compañeros y<br />
directivos. Destinó un buen número a vecinos y comerciantes del barrio. Con el<br />
correr de los meses debió emprender el diseño de nuevas tarjetas. Estas, directas de<br />
imprenta, exponían la leyenda corregida: no más “fiestas”, el hiperónimo adecuado<br />
y moderno era “eventos”.<br />
Cúneo tiró a Martina de un brazo para evitar el charco bajo la baldosa floja. A<br />
la nena le produjo cosquillas y rió tres veces cortitas y distintas. Llegaron a la parada<br />
de ómnibus y se detuvieron diez pasos detrás del poste. Apoyado contra él y<br />
auxiliado por anteojos de cristales perlados, un hombre leía un periódico. Detrás<br />
suyo, entre el hombre y Cúneo, dos señoras conversaban con tono de formalidad<br />
incómoda.<br />
Martina no había pronunciado palabra durante el trayecto hacia la parada.<br />
Cúneo giró y encaró al joven que atendía el quiosco. Pidió cinco chocolatines y<br />
caramelos de miel. Abonó con billetes para hacerse de monedas y luego ofrendó las<br />
golosinas a su hija. Ella miró los caramelos, los rechazó y permutó por los<br />
chocolatines.<br />
La nena dijo: “Gracias, pá”.<br />
Aún era temprano, pero en Buenos Aires las tardes de domingo se escurren en<br />
regresos en colectivo. Las horas de sol y de aire fresco se convierten en inmóvil<br />
paseo retaceado por los cristales salivados del ómnibus o cocinado en el hálito<br />
vaporoso de los túneles del subterráneo.<br />
Pasaron cuatro colectivos, dos de ellos con la misma numeración, pero ninguno<br />
servía a los fines de Martina ni de Cúneo, aunque sí a los del hombre del periódico<br />
quien, tras resbalar en el estribo y recomponerse, lo tomó. Las señoras ocuparon su<br />
lugar en el poste. Padre e hija ejecutaron dos pasos.<br />
Mitad porque no quería desairar con tanta frialdad a padre y madre, mitad<br />
porque el carácter práctico que le facilitaba las cosas cuando organizaba una fiesta<br />
era el mismo que le sugería no descartar otras opciones, llenó el formulario de<br />
ingreso y luego compró los apuntes para finalmente rendir los exámenes del ciclo<br />
básico universitario. Un año después se mezclaba, en los altos salones marmolados,<br />
con sus innumerables y desconocidos compañeros de la carrera de Economía.<br />
Los primeros cuatrimestres combinaron tedio con teoría ininteligible. Su<br />
relación con los números tenía historia, en cierta forma habían crecido con ella y<br />
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