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EL ORDEN GENERAL DE LA HABITACIÓN es desaliñado.<br />
La persiana de plástico está trabada a media altura. Hay que abrir el rollo y<br />
desencajarla. El riesgo que la operación implica, además de no saber cómo cerrar<br />
luego el cajón, es la entrada intempestiva de murciélagos.<br />
La ventana no tiene cortinas. Cúneo se ha acostumbrado a que, sobre todo a<br />
partir de septiembre, el amanecer le dé en los ojos.<br />
La cama es de dos plazas. Viste el colchón un juego de sábanas verde manzana,<br />
con motivo de hojas de teales; sobre ellas, un cubrecamas tejido por la mano de doña<br />
Elena combina cuadritos de idéntico tamaño y colores diversos. Hay tres almohadas.<br />
Dos de ellas dentro de la misma funda. La tercera, rellena de estopa, ha caído por<br />
allí, arrojada al azar.<br />
Hacia la cabecera se observan, sobre la pintura blanca, marcas hechas con<br />
lápices, crayones y tizas, y dibujos en témpera sobre hojas de papel reciclado.<br />
Una mesa de luz flanquea la cama en el borde que da a la ventana y al paisaje<br />
de San Cristóbal. La mesita es de pino, laqueada con un mediocre barniz. Sobre ella<br />
reposan tres objetos: un vaso de vidrio blanco y culo grueso, un velador que se<br />
sujeta gracias a una pinza al borde de la tabla, y un portarretrato que entre sus<br />
láminas sujeta a presión una fotografía de Martina.<br />
Esa imagen fue impresa hace poco más de un año y muestra a la niña sentada<br />
en una playa de la ciudad de Necochea. Lleva un sombrero de tela rosa a cuadritos,<br />
de ala de volados. En su mano sostiene un rastrillo de plástico color rojo, roza su<br />
pañal el balde azul que le regalara su tía Norma. La nena agita sus dedos hacia<br />
adelante, como si señalara a su papá, que la mira a través del lente de su cámara<br />
réflex. Dibuja un mohín difuso y equívoco, entre risueño e incrédulo. Los cachetes<br />
brillan a pesar de hallarse bajo el reparo de una sombrilla de la cual puede<br />
observarse solamente la sombra que proyecta. La fotografía ha sido disparada a<br />
cuarenta y cinco grados de elevación, circunstancia que transforma en fondo al suelo<br />
de arena naranja. A los pies desnudos de Martina se abre una excavación leve, de<br />
lecho marrón oscuro, como si dentro de ella hubiesen vertido recientemente un<br />
chorro de agua. Finalmente, en cercanías del ángulo superior derecho, asoma el<br />
extremo delantero de una pieza de calzado, una ojota de goma, que pertenece a<br />
Giovanna, madre de Martina. Con excepción del nácar en su dedo gordo, toda su<br />
anatomía se halla situada fuera del cuadro.<br />
A los pies de la cama corre un pasillo de aproximadamente sesenta centímetros<br />
de ancho. Sobre su pared se reconocen dos tonos, determinados por la diferente<br />
exposición del blanco a la luz y a la suciedad. Mientras que la mayor parte es gris y<br />
opaca, un rectángulo delimita una fracción brillante, limpia. Es el sector donde,<br />
hasta hace cuatro días, colgaba el espejo oval y biselado, de marco de cedro, que<br />
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