ebook (.pdf) - Guillermo Imsteyf

profundidades de un espejo como si fuese el mar. Lima fue terminante, “me tienen
sin cuidado los espejos”. Barragán, en cambio, se molestó unos minutos en contarle
que según una profesora suya de semiología, el espejo posee una semántica asociada
a la soledad, a la ausencia de interlocutor, por lo tanto es dable afirmar que una
persona que habla con el espejo no tiene a quien hablarle. Brizzio lo sorprendió
sintetizándole un cuento conmovedor. Un hombre le hablaba, “sin hablar en
realidad, con el pensamiento nomás pero sin mover la boca, ¿me entendés?” a su
propio reflejo como si estuviese hablándole a ella, a su amor, que se encontraba lejos
y a quien hacía mucho que no veía por motivos no esclarecidos en la narración.
Entonces armaba su maleta y decidía romper con esa ausencia tan extendida.
Cuando llega a su casa, golpea la puerta y ella, al abrirle y verlo, lo recibe con una
expresión ambigua. Él sonríe y le dice algo así como “¿te gusta la sorpresa?” a lo que
ella responde “ninguna sorpresa, sabía que venías”. “Sé que no debe romperse”,
respondió Frutos, “porque resultan siete años de mala suerte. ¿Por qué siete? No
tengo la menor idea.” Acto seguido se atragantó con su propio pensamiento en voz
alta: aunque hace rato que la plata ha sido sustituida por el mercurio y, al cabo, este
resulta menos costoso.
De la red informática extrajo mucha palabrería, sin orden ni claridad. Le arrojó
cientos de resultados inútiles, zonas lacustres, parajes montañosos, nombres de
fantasía, comercios del ramo de los marcos y materiales reflectantes e incluso
albergues transitorios de techos y paredes decorados con “excitantes y sugestivos
espejos para una mayor satisfacción”. Y una canción de Michael Jackson, un cuento
de Borges y dos poemas de Pizarnik.
Supo, aún así, que ciertos indígenas del sur colombiano, con fama de hacedores
de sortilegios, son capaces de construir superficies pulidas sobre las cuales no se
refleja el sujeto que las enfrenta sino el alma de la persona que las obsequia. Fue
sencillo descubrir cierta coincidencia con el relato de Brizzio, aunque ninguna con su
propio baño.
Por supuesto que llegó a la mitología y supo más de Medusa, Perseo y Hades.
Quizás algo de ello pudiera aplicarse pero Cúneo no era afecto, precisamente, a las
mitologías fantásticas, superpobladas de civilizaciones, reinos, lenguas y formas,
exceso que acababa por producirle migraña. No pudo, sin embargo, evitar
considerar que convertirse en roca por otear el propio reflejo era una metáfora
sugerente.
Pensó en preguntarle a Claudio pero automáticamente se censuró porque,
aunque quizás su delirio le permitiera ofrecer de última mano alguna narración
pintoresca, finalmente su relato estaría desde el principio condenado a ser un
invento ahogado en la mente de un payaso con respuesta para todo.
Aquél miércoles, sentado ya en su escritorio y tras la consulta metafísica hecha
a los asistentes más afines dentro de esa urbe de repartición, consulta que se cerró
con un enigma inconcluso propuesto por De Bianconni: “¿cuándo un espejo refleja al
derecho?”, Cúneo empezó a notarse en el monitor de su computadora, entonces
aterrado volvió a sus papeles. “Cuando se refleja a sí mismo”, se respondió en
silencio.
El caso Ballesteros le iba a consumir una fracción importante de su tiempo en
las jornadas que vendrían. El examen médico efectuado, aunque elocuente, era
insuficiente como elemento de prueba. Solicitar uno nuevo, lo cual significa
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