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ebook (.pdf) - Guillermo Imsteyf

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que seguían provocándole. No deambuló por el departamento como era su<br />

costumbre, no confirmó el paisaje por la ventana luego de colocar la pava sobre el<br />

fuego y fregarse los ojos, el comedor parecería más ancho con aquella pared libre de<br />

la gota, ¿llevaba pijamas?. En fin, no era la misma mañana pues aquella vez había<br />

llegado al espejo con un inmotivado entusiasmo, sin darse cuenta, sin proponérselo.<br />

Pero este miércoles, frente a la lámina de mercurio, combatía contra la modorra<br />

homicida, manteniendo los ojos en los ojos, a sabiendas. Pospuso el parpadeo, pero<br />

no podía eliminarlo. Al cabo de unos minutos le sangró la vista y le punzaron las<br />

sienes. Sus uñas se aferraban al lavatorio como si fuese a desmayarse o a salir<br />

despedido.<br />

Y fue entonces que descubrió una nueva cosa en la experiencia con su reflejo.<br />

Una vibrante energía, que lo expulsaba o lo atraía, un ventarrón venido de otra<br />

parte. Alguna cuestión hacía mover todas las cosas de aquél recorte de cosmos y él<br />

no tenía más remedio que moverse junto a todas ellas. Y poseyó la terca idea de que<br />

si soltaba el lavatorio el espejo iba a chuparlo o, en el mejor de los casos, lanzarlo<br />

contra la pared, contra los azulejos, contra la puerta, la ventana, en un torbellino que<br />

una vez desatado no proponía más alternativa que esperar y seguir esperando por<br />

una calma que quizá, alguna vez, llegara.<br />

Qué idiota, el palo del secador de piso, hasta ese día todo bien ¿qué había<br />

tenido que escurrir? ¿qué se había derramado en la cocina?. Ahora tendrá que llegar<br />

tarde a su trabajo, porque no va a permitir que su reflejo, que su copia, haga lo de<br />

siempre, vuelva a salirse con la suya en esa broma tétrica.<br />

Sus ojos son color miel, o arcilla, o mostaza. Su pupila se contrae y dilata, señal<br />

que se echa hacia atrás y adelante, balanceándose sobre las pantuflas como una<br />

aguja de metrónomo. Y otra cosa que descubre, o que vuelve a descubrir, que<br />

regresa a ese sector de su memoria que sólo tiene vigencia cada vez que se mira al<br />

espejo, es que no importa el tiempo, dispone de él como un océano, puede<br />

navegarlo, puede ahogarse, puede ir y volver de costa a costa en un nado peligroso.<br />

Y todo el agua, todas las cosas que le sucedieron están allí para decirle que existen.<br />

Entonces su padre desaparece y su madre se lanza al llanto como una carmelita pero<br />

él se va a Europa, a gastar zapatos y creerse aventurero con el boleto de regreso en<br />

su bolsillo, porque no quiere terminar con los pies amputados, con disciplina de<br />

insulina, atendiendo una ferretería o vendiendo porquerías al por menor, casa por<br />

casa, ni arrojado sin presente en una jaula cuidando de canarios y limoneros.<br />

Giovanna que no, que no, y luego que sí y se queda con todo; un buen día, en un<br />

paquete mal envuelto, deja sobre el canasto de calle su dignidad para que la retire el<br />

camión de basura, como si fuese una casa, una casa en Caballito, una nena<br />

cabalgando en la calesita, Martina, que no se estira para alcanzar la sortija pues no<br />

entiende el ritual. ¿Se conocieron cuando eran viejos? ¡No!. Eran todo lo que podían<br />

ser, eran pura potencia, eran el uno y el otro y el cabello almendra de Giovanna y la<br />

voz de soneto a medio evaporar, esa piel con olor a bombones de Bariloche, esa ninfa<br />

que se extraviaba entre moharras y caballeros al mando de un Citroën por las<br />

sierras. Y ese nado por el tiempo que propicia el espejo puede llevarlo también a la<br />

costa de lo que es, porque antes eran todo lo que podían ser pero ahora son lo que<br />

son; Laura, que no logra disimular, se ríe de él, de su aniñada intriga metafísica<br />

porque sabe bien que no se condice con su clase, con sus malabares de Constitución<br />

Nacional y Código Civil, luego sugiriéndole que comience con algo pequeño, un<br />

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