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Hubo una interrupción, del pequeño parlante de la radio surgió la voz de una<br />
oficina de taxis convocando a uno de sus choferes. Se trataba de una interferencia<br />
tan habitual que había dejado de ser graciosa. El chofer no respondía y durante ese<br />
silencio asomó el ruido de la cucharita en el frasco de la mermelada.<br />
Laura tenía por costumbre untar su pan con manteca y luego, al ir en procura<br />
del dulce, lamer directamente de la cuchara olvidando por completo a la rodaja que<br />
la esperaba. A Cúneo le gustaba mirarla así, paseando su lengua como una niña.<br />
Aquella mañana Laura había vuelto a molestarlo, haciendo uso de esa facilidad<br />
tan propia, pero explicarle a ella que Saavedra era esto y lo otro, una oportunidad<br />
tan volátil como el milagro, era una pérdida de tiempo. La complejidad de términos<br />
como asesor primero, sociedad, fundador o Lexos, la hubiesen lanzado al rapto de su<br />
sordera selectiva.<br />
Unos años atrás, no muchos, cuando estaba a punto de egresar de la escuela de<br />
leyes, Cúneo entendió de golpe los riesgos inmediatos de su profesión. Era el<br />
momento inequívoco donde se derrama la suerte de los años que vendrán.<br />
En quinto año de la carrera un compañero suyo le propuso una sociedad. El<br />
objetivo no era original pero algunas bases podían ir sentándose anticipadamente y<br />
la selección de un socio era un buen primer paso.<br />
El entusiasmo de Iñiguez contagió de inmediato a Cúneo pues aquél era un<br />
hombre de acción y no había duda de que la propuesta no iba a quedar en palabras.<br />
Los contactos se pusieron en marcha y con rapidez surgieron nóminas de empresas,<br />
organizaciones no gubernamentales, medianos emprendimientos, asociaciones<br />
intermedias e incluso corporaciones de compra tradicionales susceptibles al cambio<br />
de política jurídica, desplegándose una dimensión casi desproporcionada de<br />
posibilidades, un terreno de avidez por la asesoría legal que el ímpetu les lanzó a<br />
pensar qué estúpidos habían sido todos los demás por no haberse enterado antes.<br />
No eran ingenuos, sin embargo. Sobre cada una de las alternativas estarían<br />
fijados los ojos de otros intereses, pero la ventaja con la que contaban era que al<br />
desarrollar aquella enorme base de datos poseerían una visión global de la demanda<br />
potencial y si había rechazo en algunas áreas, como descartaban, podrían de<br />
inmediato o simultáneamente conducirse a las otras.<br />
El bufete virtual ya contaba con dirección de correo electrónico, Cúneo se rió<br />
cuando Iñiguez le urgió a que la anotara en su agenda y la añadiera a su tarjeta<br />
personal. Además, había iniciado las tratativas para el diseño de una folletería<br />
discreta pero efectiva, con el asesoramiento de un amigo suyo especialista en<br />
mercadotecnia.<br />
No les preocupaba el perfil, sostenían que en la primer etapa debían abarcar<br />
todo lo que les fuera posible. La asesoría legal superior, quizás también alguna<br />
firma, la aseguraba Martín D'Alessandro, segundo procurador de la Cámara de<br />
Relaciones Institucionales, viejo experto en las cuestiones de intercambio entre el<br />
Estado y los organismos multinacionales y además, lo que era tan bueno o mejor: tío<br />
de Iñiguez. Con su nombre como cita, todo lo que fuera menor a una embajada de<br />
un país del primer mundo sería caramelo de niño para los jóvenes socios.<br />
Incorporarían un nuevo integrante con menos del cinco por ciento de la<br />
participación societaria sólo cuando fuera indudablemente necesario. Ya tenían el<br />
hombre, Ramiro De Tecco, compañero de asignaturas. Era un tipo emprendedor,<br />
sólido ideológicamente, veloz en la réplica, bien conceptuado en el ámbito<br />
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