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ebook (.pdf) - Guillermo Imsteyf

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hace tres días, le surge en el encuentro con esos ojos. La voz de su madre, como<br />

proveniente de un baúl de metal, hablándole de la luna y sus océanos. Que los ojos<br />

son como lunas y que las manchas grises son sus océanos. Ahogado, pues, en sus<br />

océanos. Tres días más tarde. Que el porqué de la luna es el reflejo de una luz que no<br />

le es propia, pero que a la corta, de tan vaga y perdida, termina perteneciéndole.<br />

Que sin los ojos, la luz es nada.<br />

Cúneo ha dejado de mirarse, porque sus ojos, aunque se encuentren, no se<br />

observan.<br />

Toda noción de la mañana desaparece. Durante ese letargo pareciera que nunca<br />

se ha ido, que ha estado mirándose todo el tiempo desde la primera vez. Como si la<br />

parte distinta del pasado se escurriera en lo poderoso del presente y allí está la<br />

respuesta al por qué se le mezclan ambas cosas en esa diminuta y perenne<br />

intersección de encuentro. Está allí, despierto, recordando lo que acaba de soñar y<br />

deseando estar dormido.<br />

Aunque en ese instante de éxtasis pareciera que lo demás no importa ni existe,<br />

Cúneo sabe bien que se distraerá, que en algún momento temblará, parpadeará, le<br />

agarrará hambre, que seguirá siendo humano y le surgirá picazón en el brazo y se<br />

escapará, se irá de la observación de su reflejo, lo abandonará sin voluntad, dejará de<br />

encontrarse con eso que es tan sólo una imagen, una duplicación que le llega como la<br />

mera impresión material de la luz en la retina y allí será donde comience lo<br />

verdaderamente ridículo del asunto.<br />

Hay un punto en el que las venas le tiemblan. Rápidamente tiene la impresión<br />

de que ahora nadie conoce su color mejor que él pero al cabo de unos minutos, como<br />

una palabra muchas veces pronunciada, le resulta mal hecho, nunca visto antes en<br />

otro lugar. Su madre, Laura, Martina, le dirán tus ojos son marrones pero él no<br />

estará tan seguro. Miel, arcilla, mostaza…<br />

No fue solamente de venas y córneas que constó su descubrimiento aquella<br />

cuarta mañana en su conflicto con el espejo, también hubo una repentina sensación<br />

que no era de temor ni de tristeza; Cúneo tuvo la certeza de que en poco tiempo algo<br />

sucedería particularmente en él o con él.<br />

Toma por fin la decisión de desprenderse de su reflejo y de inmediato comienza<br />

a temblar porque conoce las consecuencias. Resta tres sin pronunciarlo, el tres se<br />

transforma en cero y entonces tiene lugar la convulsión.<br />

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