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ebook (.pdf) - Guillermo Imsteyf

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hermanito.<br />

Rico dejó el mate de lata a un costado y volvió a señalarlo al entrecejo con el<br />

índice gordo y mugriento.<br />

– Vos sabés exactamente cómo fueron las cosas. La vieja lo tenía impecable…<br />

“¿Por qué justamente yo?”, pensó Cúneo. Pero no se atrevió a preguntar. Se<br />

sentía vulnerable esa mañana. Vulnerable desde anoche.<br />

– Lo cuidaba, le hacía los controles, todas las boludeces de la diabetes. El tipo se<br />

las picó, que se joda.<br />

La campanilla de la puerta sonaba cada dos por tres y Rico debía desaparecer<br />

detrás de las cortinas de plástico. Volvía y repetía:<br />

– Pero te estás cuidando, mirá que la peste del viejo…<br />

Desde la cocina, Cúneo oyó a ancianas preguntando por el precio de los clavos<br />

más baratos, a vagabundos solicitando dinero o sánguches, a tacheros o policías<br />

buscando alguna calle. Enrico entraba y volvía a salir, dejando en estado beligerante<br />

a las tiras de la cortina.<br />

El abogado acabó su café y esperó el momento oportuno para despedirse.<br />

Enrico lo condujo por el pasillo trasero que cruzaba el depósito de mercaderías hacia<br />

el garaje parcialmente techado con láminas de zinc.<br />

Bajo una montaña de aserrín se ocultaba el Fiat 1500 color bordó que fuera<br />

propiedad de la familia, adquisición primera del padre de ambos.<br />

Enrico desenredó la manguera y la conectó a la boca de aire. Le advirtió a su<br />

hermano que se apartara y escupió hacia la chapa furiosos huracanes delgados y<br />

penetrantes, que levantaron el aserrín dejándolo en suspenso durante algunos<br />

minutos.<br />

Tras un vistazo circular, Cúneo descubrió que a la goma trasera le faltaba<br />

presión. Mientras su hermano desaparecía nuevamente hacia el salón, él se dedicó a<br />

colocar la manguera en la válvula para engordar el caucho.<br />

Con una franela despejaron los parabrisas y el abogado echó una recriminación<br />

al notar el estado del habitáculo.<br />

Rico se disculpó.<br />

- Me dijiste el viernes.<br />

Cúneo miró su reloj manchado con virutas. Luego abrió la puerta provocando<br />

un quejido de goznes y apretó sus nalgas en el vencido tapizado de pana. Se aferró a<br />

la barra negra del volante y echó una mirada sobre el tablero, la radio y el torpedo.<br />

– En la gaveta. – señaló Rico. Cúneo la abrió con un golpe y halló los papeles.<br />

Acomodó el espejito retrovisor, para lo cual solicitó a su hermano la franela.<br />

– Quedátela. – le dijo y se la traspasó por la ventanilla – Mamá lo miraba al<br />

Viejo acomodar el espejito y recitaba:<br />

ese espejo siempre miente,<br />

me muestra linda de frente.<br />

No te piden permiso esas boludeces para quedarse en la memoria - dijo su<br />

hermano, alzando los hombros, deshaciendo con su bota su propia huella sobre el<br />

aserrín. - De pibe la cuchara me parecía la cosa más curiosa. La parte del hueco te<br />

hace ver al revés pero al revés. – graficó girando sus palmas en una y otra dirección<br />

– O sea, cabeza abajo. La cuchara vendría a ser el colmo del espejo. - se rió, solo. - La<br />

marcha atrás es abajo y adelante ¿te acordás? Te abro.<br />

Enrico pechó las hojas de chapas del portón, que se multiplicaron en quejidos.<br />

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