ebook (.pdf) - Guillermo Imsteyf

Martina, sin responder, encendió la luz, cerró la puerta y se dirigió a la columna de
cajones donde guardaban su ropa. Del fondo del cajón inferior quitó una caja de
zapatos forrada con hojas de papel usadas, pintadas a mano. Se sentó al borde de su
cama. Retiró la tapa y extrajo un paquete de menor tamaño. Quitó a su vez la nueva
tapa y dejó la caja pequeña apoyada sobre su falda. Del bolsillo externo de su
mochila sacó, pinzando cuidadosamente con sus dedos más largos, el papel
aluminio de un caramelo de miel. Lo planchó colocándolo entre ambas palmas y
ejerciendo una leve presión. Luego lo depositó sobre la pila que engordaban sus
semejantes. Cerró la caja pequeña, luego la más grande y regresó todo a su lugar.
Abrió la puerta, apagó la luz y abandonó la habitación.
Cúneo caminaba las misma cuadras que minutos atrás recorriera con Martina y
su Mickey.
Resguardó sus manos en ambos bolsillos y chapoteó fatigosamente en los
charcos de rocío. La neblina parecía evaporarse y los puntos de luz se transformaban
en estrellas de infinitas puntas.
Cúneo debía doblar en la siguiente esquina a la izquierda para tomar su
colectivo de regreso, sin embargo se detuvo frente al tronco de un paraíso abichado.
Se sentó en el cordón de la vereda y miró sus propios zapatos. Un ancestral llamado
le indicó temblar y gemir.
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