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ebook (.pdf) - Guillermo Imsteyf

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LA MUJER DE CABELLO ALMENDRADO muerde su labio inferior y asiente<br />

mudamente cuando le hablan. Tiene los ojos de un color ámbar espesado con alguna<br />

clase de chocolate. A veces son brillantes y ciegan, como aquella tarde a Cúneo en el<br />

ruinoso atracadero. Otras veces se tornan negros y abstrusos. Ella suele responder<br />

“color del tiempo”, al explicar la misteriosa suerte que somete a su mirada.<br />

Acerca de Giovanna, Cúneo supo primero que veía en la acumulación de más<br />

de dos personas la razón ineludible para una simpática celebración. Después, que<br />

esa rara habilidad latía en su imaginario con destino de bien de uso y herramienta<br />

profesional. Finalmente supo que, sin embargo, ella cubría las apariencias gastando<br />

sus días en la cátedra de Economía de la Universidad de Buenos Aires.<br />

Poco antes de que Cúneo la conociera, Giovanna se reía de sus incertidumbres<br />

y aplazarse en las decisiones trascendentales parecía divertirla enormemente,<br />

refugiada en la certeza de que, llegado el momento, su talento la conduciría por<br />

camino seguro y a modo de bastón blanco.<br />

Su núcleo familiar se sintetizaba en las várices de su madre, un ama de casa por<br />

aceptación de reglas, y el acierto comercial de un padre relajado en los frutos de una<br />

empresa que no dejaba de exigir horas ni de retribuir vacaciones en la costa<br />

atlántica. El mayor de sus hermanos había ojeado la infancia tras el horizonte<br />

metálico de una silla de ruedas, condenado por su espina bífida a una rutina adulta<br />

de cirugías y ejercicios. Él y ese episodio, había creído Giovanna por mucho tiempo,<br />

la niñez prisionera y rodante, eran el aceite de su inquietud, la razón de su carácter<br />

sociable, que la llevaba de aquí para allá y le mantenía briosas aquellas ganas<br />

inagotables de conversar con la gente, de saludar y de mostrar interés. Cuando<br />

Giovanna paseaba a su hermano, las viejas la detenían a mitad de la vereda para<br />

sintetizarle penurias, los niños la martirizaban con caramelos y cuentos inéditos, los<br />

hombres y mujeres sucumbían bajo el código ambiguo de sus dientes de nácar y el<br />

ingrávido arrope de sus ojos. Compleja intervención de cuchillos y parches<br />

mediante, el destino luego se hizo redondo para el muchacho quien, una vez alzado<br />

sobre su cintura, finalizó estudios de grado y emigró para siempre.<br />

Traicionada, Giovanna se forzó a hermanarse con alguna figura alternativa.<br />

Eligió a su abuela materna, un poco por los relatos de que era capaz hilando sangre<br />

y lágrima, y otro poco por el atavismo metafísico de aquella alma que en su<br />

agujereada juventud había convertido en su hija a la madre de Giovanna, entonces<br />

una madeja de trapo abandonada en la puerta de su salita de primeros auxilios.<br />

Era cierto que con el cambio de musa Giovanna se había visto empujada a<br />

nuevas urgencias, a una más sofisticada obligación por aclarar su rumbo. La historia<br />

de su abuela, esa vieja solitaria que por instinto transformó en niña un cuerpo<br />

morado de agonía, la mantuvo alerta y lúcida por el período que medió hasta la<br />

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