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aparición de Cúneo, su futuro marido.<br />
Cuando Cúneo le contó acerca de su vocación por las leyes, Giovanna no se<br />
sintió del todo decepcionada. Que de pequeña hubiese imaginado su vida con olor a<br />
hule y carmín para payasos, no quería decir que estuviera dispuesta a compartir ese<br />
delirio en la convivencia. Un abogado diluía la idea de la bohemia a cambio de<br />
portafolios de interiores rancios y manchas de tinta en los dedos, también cierto<br />
apego a las cosas que sin duda existen, pero fundamentalmente aportaba nutrición al<br />
espíritu práctico, el cual, como pocos, requiere ejercicio a diario. A decir verdad,<br />
cuando Giovanna lo oyó hablar de sí, se tranquilizó más que si hubiera afirmado ser<br />
o querer ser músico, poeta o psicólogo.<br />
Exactamente lo mismo y por todo lo contrario de lo que a él le sucediera<br />
cuando ella se retrató en sus fiestas y sus proyectos de libre empresaria. Para Cúneo<br />
era un buen primer paso y un alivio que Giovanna no fuese ni quisiera ser colega<br />
suyo. Y que no fuese psicóloga, para no panfletarlo según manchas de Rorschach,<br />
que no fuera artista ni se emocionara con el caqui, que no participara en alguno de<br />
los muchos rituales en los que se termina el día garabateado por bolígrafos u oliendo<br />
a medicamento, que no consistiera más que de una gruesa capa de risas y algún que<br />
otro patiecito con margaritas y regaderas de hojalata, o un armario con vestidos de<br />
caireles o jarras de greda, o Venus de estuco a pintar por mero entretenimiento.<br />
Era importante para Cúneo oír de boca de Giovanna que el apremio por<br />
madurar no le pasaba de largo y que se ocupaba de la necesaria y a veces ríspida<br />
labor de descubrir primero y luego legitimar socialmente su función, que compartía<br />
con él la elemental conciencia de la utilidad. Que servía para algo. Con ello, el afán<br />
lúdico de organizar fiestas, si no constituía fruto del árbol de necesidades creadas<br />
por el posmodernismo, servía al menos como una especie de amortiguador del<br />
instinto heurístico y sustituto del tabaco y del maquillaje, ya que Giovanna ni<br />
fumaba ni bebía y apenas si apaciguaba la palidez de sus pómulos con una caricia de<br />
colorete o delineaba, en ocasiones de histrionismo exacerbado, las comisuras<br />
exteriores de sus párpados con un delgado lápiz marrón.<br />
Un día Cúneo ofreció a Giovanna las llaves de su casa. Ella no aceptó, aquél era<br />
su espacio, su refugio privado y estaba dispuesta a respetarlo por encima de todo. La<br />
casa era un sueño personal, donde convivían ya demasiadas cosas que le pertenecían<br />
a él de manera unívoca, y no había lugar para otro mundo dentro de ese mundo.<br />
Cúneo se obstinó, la quería adentro. Ella continuó sin aceptar. Las paredes eran a la<br />
pátina según los gustos de Cúneo. Los muebles, los pocos y precisos muebles, eran<br />
fruto de una pulcrísima selección suya. Una casa en la ciudad de Buenos Aires, cuya<br />
superficie está por completo escondida bajo el cemento, es por lo menos un anhelo<br />
de profesionales añosos, sabía Giovanna. Puede ser también una sangrante conquista<br />
familiar o un afortunado objeto de herencia. Sin embargo, con menos de treinta años,<br />
Cúneo no sólo era propietario de una casa, aunque modesta y deslucida, en un<br />
barrio tradicional y cosmopolita, sino que había planeado e iniciado algunas<br />
importantes ampliaciones. Solía levantarse de madrugada, antes de tomar el<br />
colectivo para los tribunales, a rasquetear las marcas de humedad o lijar las<br />
molduras, a remover los canteros para sus bonsái, a limpiar las piedras del patio, a<br />
renovar los cables de tela chamuscada. Se aseó tres meses bajo el cabo de una<br />
manguera, con agua helada y en el patio, mientras el peón reconstituía la granulosa<br />
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