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emate de un chiste siempre distinto pero igual de efectivo. Esta vez les ha salido<br />
una especie de robot cuadrado, con sombrero de cowboy y pantalones cortos. Lleva<br />
anteojos y zapatos de tacos. Pero Martina no ríe. Va hacia la habitación de su padre y<br />
desde allí lo llama.<br />
– ¿Me bajás las damas?.<br />
– Te las bajo. ¿No querés que juguemos al Pictionary?. Ahora que está Laura<br />
alguno de los dos te puede dictar las palabras.<br />
– No. Juguemos a las damas.<br />
La nena regresa al comedor y apoya la caja sobre la mesita ratona. La taza de<br />
leche cae al piso.<br />
– ¡Martina!<br />
Cúneo se apresura a salvaguardar la integridad del tapete de Jesenice.<br />
Demasiado tarde. Su borlitas han bebido de la chocolatada. Laura corre tras la rejilla<br />
seca. Cúneo refriega el piso.<br />
– Salí de acá, Martina, no ves que estoy limpiando. Ponete allá.<br />
La nena ensaya un puchero inverosímil. Inesperadamente se encuentra con la<br />
complicidad de Laura, que le guiña un ojo. La nena se lleva un dedo a la boca.<br />
– No te portes mal, hija. ¿Querés que vayamos a dar una vuelta por el<br />
shopping?.<br />
Martina no responde más que con un sutil cabeceo, sin quitar su dedo de la<br />
boca.<br />
– Bien. Nos pegamos un baño y salimos.<br />
Se sumergen pronto en la bañera. En el comedor, Laura lee una revista de<br />
artesanías en vela. Se oyen las risotadas y los palmetazos al agua. Cúneo ensaya un<br />
tango cuya letra no recuerda prácticamente nada.<br />
La mujer de la sala se distrae esporádicamente con los gritos desde el baño y<br />
abandona la revista por un instante. Esa niña le asigna una nueva dimensión al<br />
yuppie de la feria. Laura siente pánico. Pero su pánico no la extravía. Se sobrepone<br />
mirando hacia la gota, imaginando el vaivén del junco. Se halla, de pronto, en la casa<br />
de un extraño. La gota es el único indicio del hombre que conoce.<br />
Entiende que es justo que el miedo se le pegue y le recorra los conductos; el<br />
miedo debe quedarse ahí dentro un rato. Todo es raro mientras dura el escalofrío. El<br />
hombre de la bañera es otro. El que ella conoce no chapotea, hace un escándalo<br />
cuando ella abandona el toallón húmedo sobre la cama y no conoce canciones para<br />
niños.<br />
El escalofrío cede cuando la puerta del baño se desliza treinta centímetros y<br />
asoma el torso de Cúneo, esa mandíbula reconocible, ese pecho de poco pelo,<br />
vinculado a su memoria, que al estirarse para alcanzar un toallón la mira y le arroja<br />
un beso silencioso. Vuelve a meterse al baño y retornan las risas.<br />
La nena se niega a salir. El padre insiste, aparentemente sin resultado. Sale<br />
entoallonado, seguido por un torbellino de vapor. Se inmiscuye en la habitación.<br />
Laura parece la niña allí, sentada y estática, con las manos en las rodillas.<br />
Oye la dispersión del desodorante y unos gemidos de placer. Los resortes de la<br />
cama, los zapatos, la puerta del ropero. Sale Cúneo, finalmente, impecable en sus<br />
pantalones de gabardina negra y su camisa verde manzana. Ha colocado sobre ella<br />
un chaleco de hilo. Requinta el cinturón y prueba los bolsillos. Corrige la línea de los<br />
cuellos.<br />
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