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ebook (.pdf) - Guillermo Imsteyf

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era con eso el flaco no podría pagarle jamás con otra cosa.<br />

Ante la profundidad de su distracción, Valeria ha debido romper su silencio.<br />

– ¿Querés?<br />

Cúneo se sobresalta. Da media vuelta y encuentra a la mujer estirando su mano<br />

y mirándolo a los ojos. No entiende qué es lo que desea. Por un momento piensa en<br />

cuentos de hadas. La mujer lo miraba de modo tan penetrante que creyó en una<br />

clandestina y vibrante provocación. Claudio no se enteraba de nada. Ante el<br />

estatismo, Valeria reiteró.<br />

– ¿Tomás o no?<br />

Descubrió entonces el espumoso y verde brebaje borboteando en la calabaza,<br />

aferrada a la mano blanca de la mujer.<br />

– Perdoname, estaba…<br />

Ella se vacía rápidamente en el sillón y mira para otro lado.<br />

– Ya estoy con vos. – dijo por fin Claudio, pero siguió corrigiendo el mismo<br />

vértice.<br />

Cúneo recordó de pronto. Se rió.<br />

– Che, ¿quién era ese que salió corriendo? Salió de acá, ¿cierto?<br />

Claudio pareció no oír, pero alguien chistó. Cúneo bajó para mirar a Valeria,<br />

que sonreía y que por primera vez compartía con él algo íntimo. Apretaba los labios<br />

y los ojos le brillaban. Pero no dijo nada. Nadie dijo nada. A Cúneo le molestaba no<br />

saber si había preguntado o si se había detenido justo en la frontera. Como la salsera<br />

española. Pero Valeria había reaccionado. Y Claudio parecía morderse la boca para<br />

no responder algo inoportuno.<br />

– Un estúpido. – dijo ella.<br />

– Nada. – censuró el pintor, que por primera vez giró para verla. Valeria se<br />

asustó.<br />

– Entonces salió de acá. Me parecía. Además, estaba todo mugriento de pintura.<br />

¿Qué le pasaba? Lloraba como un pendejo.<br />

Claudio movía la cabeza y subía los hombros como si con aquello pretendiera<br />

saciar la curiosidad del abogado.<br />

– Parecía que lloraba pero no puede ser, tremendo pelotudo.<br />

– Eso. – firmó Claudio que volvía a mirarlo a los ojos después del saludo –<br />

Tremendo pelotudo.<br />

– ¿Entonces lloraba? – echó una carcajada – Parecía una nena el marinero,<br />

corriendo con las manos en la cara. – dio medio paso hacia el pintor y le puso una<br />

mano en el hombro – No me digas que era alumno tuyo Ribolsi porque me cago de<br />

risa.<br />

Claudio hizo silencio pero se arrepintió inmediatamente. Demasiado tarde para<br />

evitar la precipitación de las cargadas de boca del abogado.<br />

– Decime que no era alumno tuyo, Ribolsi, haceme el favor. ¡Já! ¿Qué le hiciste?<br />

¿Lo mandaste al rincón? ¿Le pusiste las orejas? Era alumno tuyo, ¿no? Decime que<br />

no…<br />

Cúneo lo mira con los ojos apenas abiertos, llenos de lágrimas. Lleva el rostro<br />

colorado. Claudio pita su cigarrillo. Cede.<br />

– Es un boludo. No tiene idea de lo que quiere, menos va a tener idea de cómo<br />

lo quiere.<br />

– Pero ¿en serio lo hiciste llorar? No lo puedo creer. Contame, che.<br />

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