ebook (.pdf) - Guillermo Imsteyf

decían: “Mucho gusto”.
– ¿Qué estás haciendo?
– Dibujitos. Él es Ricardo.
– Te pasé a buscar por el jardín, pero ya era tarde.
– Ricardo me buscó. ¿No trabajás?.
– Tengo el día libre, por eso…
– ¿Te quedás?
– No, mi amor. Te llevo.
Giovanna los contemplaba flanqueando la puerta, con los brazos cruzados.
– ¿A dónde?
– No sé. ¿A dónde querés ir?
– No sé.
– Vamos a almorzar. ¿Almorzaste?
– En el jardín.
Cúneo no pudo notarlo pues se hallaba a su espalda, pero Giovanna gimió una
húmeda tristeza.
– Vamos a pasear, entonces. ¿Sabés qué?
– ¿Qué? – preguntó la nena llevando un dedo a su boca.
– Traje una cosa.
– A ver.
– De qué tamaño, preguntame.
– De un caramelo.
– No, mi amor. Me olvidé de traerte caramelos, pero ahora vamos y los
compramos.
– De un… ¡juguete!
– Más grande.
– De un perrito.
– ¿Querés un perrito?
– Anda hinchando con que quiere un perro. – señaló Giovanna desde atrás.
– Más grande.
– ¿Más grande que un perrito? Una persona. – dijo, notoriamente afligida.
– No. Una ayuda: es tan grande como un auto.
– ¡Un auto!.
– ¡Sí!.
– ¿A verlo?
Cúneo la cargó hasta la ventana. Martina corrió las cortinas y pudo ver, de
costado y alineado con la acera de enfrente, el voluminoso cuerpo del Fiat.
– ¿Lo compraste?
– Es mío. Y del tío Rico y de la abuela Elena. ¿Vamos?. Buscate la muñeca.
La dejó sobre el piso pero la nena no se movió. Tenía el dedo en la boca y lo
giraba imperceptiblemente en uno y otro sentido.
– Cúneo. – Giovanna se acercó dos pasos – Martina quería ir al parque.
– Está bien, vamos.
– Pero quedó en juntarse con los primos. Vienen de Lomas. Lo están planeando
hace varios días.
La mujer dedicó una veintena de segundos a un silencio amargo. Se atrevió a
añadir:
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