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ebook (.pdf) - Guillermo Imsteyf

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UNA VEZ, una de las primeras veces, Laura invitó a Cúneo a la exposición de<br />

un amigo. Ese amigo resultó ser Claudio. Un loco lindo, según Laura; un<br />

zaparrastroso que se cree pintor, según Cúneo.<br />

La cita fue en un garaje bañado a la cal en el barrio de San Telmo, oloroso y con<br />

lámparas verdes colgadas demasiado bajo.<br />

Laura gritó para prevenirlo, pero Cúneo no supo a tiempo a qué se refería y al<br />

entrar golpeó su cabeza con una de las lámparas.<br />

– Deben estar bajas – concluyó su advertencia inútil – para apreciar este tipo de<br />

pinturas. La luz perjudica la estabilidad de los colores. En realidad – le confesó luego<br />

al oído – es porque no consiguió un salón de techo más alto.<br />

En el sitio había ocho personas exhalando vapor, repartidas en dos galerías.<br />

Laura señaló a Claudio y le tomó el pelo por la manera en que estaba vestido.<br />

– Parece un espantapájaros. Es un loco lindo. Vení que te lo presento.<br />

Tomó del brazo a Cúneo y lo paseó por la galería, mientras ella saludaba a<br />

todos los presentes. Al llegar al pintor, Laura lo estrechó en un abrazo que el flaco le<br />

retribuyó con unas palmadas huesudas en la espalda.<br />

– ¡Negrito! ¡Qué pinta!<br />

– Este traje es definitivamente una mala idea. A la corbata la tiré a la mierda.<br />

– Te presento a un amigo. Cúneo, él es Claudio, autor de estas maravillas.<br />

– Qué tal, encantado.<br />

– Un gusto.<br />

– Estás desde tempranos, negro. Se te nota en los ojos. ¿O estás nervioso? – dijo<br />

Laura pellizcándole un cachete como si fuese su sobrino.<br />

– Nervioso no, flaca. Estoy inflado por la inoperancia de esos sujetos a los que<br />

cualquier encargo les queda grande. Vuestras heridas fosas nasales habrán<br />

denunciado ya la baranda a ácido muriático. Anoche limpiaron las paredes. Anoche,<br />

¿podés creer?<br />

– Tranquilo, negro. Quién te dice que no le hace bien a las pinturas.<br />

– Yo soy quien te dice que fijás la vista por cinco segundos y llorás sin entender<br />

razones.<br />

Laura se balanceaba sobre sus talones y espiaba por detrás de sus hombros.<br />

Jugaba con los dedos a la altura de su ombligo. De pronto avisó a Cúneo con un<br />

susurro y elaboró un giro inesperado. Se alejó para formar un triángulo con unas<br />

lesbianas.<br />

Cúneo permaneció estático, con las manos en los bolsillos. Quedó solo con el<br />

pintor, que llevaba un brazo cansado y el otro iba y venía con el cigarrillo.<br />

El rumor aserraba en oleadas. El estrépito de la puerta de calle se hizo cada vez<br />

más habitual. Del salón entraban y salían, a veces los mismos personajes, a veces<br />

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