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ebook (.pdf) - Guillermo Imsteyf

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AL ABANDONAR EL EDIFICIO, Cúneo adquiere la plena conciencia de que<br />

aquél no es un último día para nada. Sin tener la menor idea de por qué; y en esa<br />

reflexión supone, sincrónicamente, que los últimos días, a menos que se sufran<br />

premonitorias agonías, no deben ser demasiado diferentes a los días corrientes.<br />

Aún huele al perfume aceitoso de Silva, a pesar de haber lavado su cara en el<br />

sanitario de Tribunales. “Una protuberancia apenas más rígida o menos maleable<br />

que la piel o el músculo, e impresiona saber que alguien ha decidido colocarla allí,<br />

por debajo de la carne.” Cúneo sufre un leve escozor ante lo que su memoria táctil<br />

recupera.<br />

La camisa perdió un botón en el frenesí y está completamente arrugada.<br />

Lamenta no haber llevado, como suele hacer en vísperas de la temporada estival,<br />

otra camisa de repuesto plegada en su maletín. Procura mantener cerrado el saco y<br />

la corbata lo más ancha posible. El calor suspendido en la humedad urbana se le<br />

pega a los poros, asfixiándolo. Cruza la senda peatonal hacia plaza De los Nativos y<br />

se detiene en medio de una plazoleta, parado como si fuese la aguja de un reloj de<br />

sol, con el maletín colgando del brazo derecho y alzando la muñeca del izquierdo. La<br />

jornada se le volvió vacía y piensa en una sola cosa, buscar a Martina. Pasar<br />

directamente por ella al jardín. Si tomara un colectivo en ese momento llegaría al<br />

horario de salida. Desde allí podría invitarla a tomar la leche, aunque regresar a su<br />

departamento acabaría con la tarde. Teme aburrirla, no tiene precisa idea acerca de<br />

si ella mira los dibujitos de la televisión o si suele encontrarse con alguna amiguita<br />

del barrio. Entonces lo mejor es diseñar un plan extendido. Llevarla una tarde al<br />

Tigre, por ejemplo, para calmar el calor, mojar los pies, navegar en los botes a<br />

pedales o pasar unos ratos en los juegos mecánicos. De ese modo su hija no se<br />

aburrirá. Pero es necesario conseguir un coche. El Tigre queda muy lejos y no es<br />

conveniente propiciar que la niña se agote y duerma en combinaciones de trenes<br />

antes de llegar a destino. Rico. Él podría prestarle el auto. Extrae el teléfono celular<br />

de su bolsillo mientras masculla una plegaria para que el vehículo se encuentre en<br />

condiciones. Va a marcar el número de la ferretería, luego duda y vuelve a<br />

preguntarse; esta vez, si será conveniente consultar primero con Giovanna o con<br />

Martina misma. Se responde, con algo de enojo, que no tiene por qué pedir permisos<br />

para llevar a su hija de paseo. Presiona las teclas correspondientes y pega el<br />

auricular a su oreja.<br />

– ¿Hola?<br />

– Tu hermano, che.<br />

– Epa.<br />

– Qué quilombo tenés ahí.<br />

– Estoy hasta las manos de gente. ¿Qué necesitás?<br />

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