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ebook (.pdf) - Guillermo Imsteyf

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sintió solo, como si todos fuesen cadáveres, como si el tiempo se hubiese detenido.<br />

Pero el sudor de la nena continuaba cayendo.<br />

– Mi amor. – silabeó con la subrepticia promesa de llorar él todo lo que ella no<br />

podía – Mi amor, mirame.<br />

Cuando la nena puso fin a sus ojos en el cuerpo agotado de su padre, Giovanna<br />

suspiró de a pedazos.<br />

– ¿Querés ir al parque con tus primos?<br />

La nena conservó su estatismo, la única diferencia era que ahora había algún<br />

indicio de vida en sus pupilas, un lejano grito, un umbrío reclamo de paz, una<br />

violenta voz que se hamacaba entre el ruego y la invectiva.<br />

– ¿Querés quedarte, mi amor?<br />

Lo único que Martina quería era ponerse de pie frente a su cajita de papeles de<br />

caramelos, brillantes papeles que guardaban por un tiempo el aroma dulzón de la<br />

miel; lo único que Martina quería era un perrito que tuviese cola ancha y peluda y<br />

que no mordiera y que fuese igual al de la tele; lo único que Martina quería era una<br />

plaza grande donde cupieran todos y saber si los semáforos gigantes que le<br />

prometiera su padre iban a poder servir también para detener a los cometas. Y como<br />

la pregunta no tenía nada que ver con lo que ella quería, siguió callando.<br />

– ¿Querés quedarte en casa, mi amor, para ver a tus primos?<br />

Como el aire que respiraba era el mismo que respiraba su padre, pues estaban<br />

demasiado cerca el uno del otro, se sintió ahogada. Y ese aire, que tenía el olor de la<br />

casa pequeña de su papá, sobre todo de la pieza de su papá, la pieza donde ella y él<br />

dormían los fines de semana, empezó a saberle a veneno, y quiso escapar de ahí. Se<br />

le achicó el pecho y el reflejo fue apretar aún más los dientes. Cúneo hubiese querido<br />

tirarle del dedo para que no se infligiera más daño, pero la prensa era tan dura que<br />

el remedio sería peor que la enfermedad.<br />

– Vos podés hacer lo que quieras, mi vida. Lo que quieras. Nadie va a obligarte<br />

a nada. ¿Querés ir al parque?<br />

Martina encontró su momento de inútil y olvidable felicidad. Una felicidad que<br />

era, en realidad, menos agobio. Movió la cabeza de arriba abajo, con ritmo marcado,<br />

indudable.<br />

Cúneo apretó los labios y Martina averiguó a los cuatro años lo que era odiarse<br />

a sí misma.<br />

– Está bien, mi vida. Está todo bien. Andá al parque. Disfrutalo. Jugá mucho<br />

¿sabés?.<br />

La nena se hizo más chiquita cuando él la llevó hacia su pecho y la hizo<br />

desaparecer en un beso a la frente, a las mejillas, a la cara entera.<br />

– Yo te paso a buscar mañana.<br />

Enderezó sus rodillas y Martina quedó abajo, nuevamente.<br />

Cúneo se apresuró a huir de allí. La nena pidió upa hasta la puerta. Él la cargó<br />

y la devolvió al suelo una vez en el zaguán.<br />

Al subir al auto, Cúneo supo de una urgencia que él mismo había presentido.<br />

Sin moverse de su asiento lo pensó una vez.<br />

Después miró su maletín.<br />

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