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ebook (.pdf) - Guillermo Imsteyf

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DENTRO DE SU COMEDOR, Cúneo se recordó a sí mismo una mañana<br />

similar, en la que despertó de un sueño perturbador.<br />

Se fregó los ojos y quitó los residuos lagrimales. Su producción de lagaña había<br />

aumentado notablemente. Ensució un dedo y fue con otro hacia la esquina del ojo,<br />

impregnó la yema con la mucosidad gris y gelatinosa, y nuevamente cambió de<br />

dedo. Cuando tuvo todos los dedos pegajosos, se limpió las manos refregándose en<br />

sus propias palmas y pasándolas por el slip. Los objetos enfrente suyo comenzaron a<br />

definir sus aristas y vericuetos, entonces se dedicó a su nariz. Hizo viajar ambos<br />

índices por cada lado y arrastró con ellos la grasitud. Volvió a limpiarse en sus<br />

propias palmas. En cualquier otro momento su adormilada conciencia hubiese<br />

catalogado de vulgar y asqueroso aquél neolítico mecanismo de acicalamiento, pero<br />

todavía no era él quien se paraba dibujando una leve joroba, con los pies en ve corta,<br />

en medio de ese comedor repleto de minucias de colores, pedazos de cierto tipo de<br />

papel o tela y olores agrios. Aún era el hombre detrás de los sueños, el que se<br />

detiene sin voluntad en mitad de las calles y muere aplastado repetidamente, el que<br />

cae desde la cornisa sin haber nunca subido a esas alturas, el que elige a las<br />

muchachas dentro de una multitud y las lleva con una mano hacia su sexo para que<br />

le efectúen el delicioso beso. Todavía era ese que insiste en olvidar sus pantalones<br />

cuando va al colegio.<br />

Pero septiembre fue apurando su mañana y la luz pronto cegó los ojos del<br />

Cúneo al que de verdad duelen los pellizcones, que morirá una sola vez y al que le<br />

salen las lagañas. Fue olvidándose del Cúneo de los sueños a medida que un fino<br />

sudor le aceitó el cuello y luego los brazos.<br />

La humedad era altísima y el día posiblemente rompiera algún récord. El ruido<br />

urbano fue caracterizándose; al piso subieron bocinas, murmullos de motores y los<br />

grises ecos que se suspenden como niebla y que están hechos de alguna densa<br />

mezcla de voces, puertas, ladridos y sirenas.<br />

Cúneo exhaló un monosílabo ácido. Se rascó la cabellera y luego una ceja. Sus<br />

ojos hurgaban con desaprensión el montón de porquerías desparramadas sobre la<br />

mesita ratona y los sillones. Después se fijó en el extraño objeto que partía el cristal<br />

de la ventana en tres triángulos. Lo abandonó para mirar su reloj.<br />

Luego de avanzar unos pasos para correr la cortina y descubrir el cielo apenas<br />

adornado con pompones de algodón, giró para inmiscuirse en la pequeña cocina.<br />

Allí lavó su cara. Hizo algunos buches y escupió un agua naranja. Cerró la canilla y<br />

encendió la hornalla para colocar sobre ella la pava.<br />

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