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emprender simultáneamente la búsqueda de algún centro médico desconocido, con<br />
prestigio pero sin exposición. San Luis es una plaza inteligente, Ballesteros proviene<br />
de allí, podría buscarse alguna clínica local y no sólo ganar tiempo sino evitar la<br />
intromisión de la patronal. Llamar a Páez – ¿la afección será fotogénica? –, recordar<br />
solicitarle a Arizmendi las firmas del caso, siempre las mismas pero siempre<br />
relegadas para el final. Proponer a Arizmendi firmar formas múltiples, evaluar<br />
algún mecanismo para facilitar el traslado del poder y esquivar la engorrosa<br />
jerarquía burocrática para decir lo de siempre, que el Doctor Cúneo se hace cargo de<br />
la operatoria de la defensa originalmente asignada al Doctor Arizmendi, el primero<br />
como secretario de este último.<br />
De tan familiares los rictus de su jefe, Cúneo tiene la certeza de que por primera<br />
vez, de modo sorpresivo y prepotente, deberá encargarse de la totalidad de la<br />
defensa, que Arizmendi se lavará las manos olímpicamente en esta ocasión porque<br />
en esencia el caso no le importa un bledo pero que el trabajo por la derrota a él,<br />
Cúneo, le significará un ejercicio monstruoso.<br />
Anota a Silva para que venga a tipiarle las fojas del expediente y grita a<br />
Sánchez para que barra debajo de su escritorio, que es una mugre.<br />
Cuando fue a apartar con su mano una mosca que se había posado en un vaso<br />
de plástico vacío y pegajoso, pensó en él, precisamente, en el díptero, del que sabía<br />
algo como que sus ojos tenían divisiones o que veía fragmentado y que luego<br />
recomponía de algún modo los pedazos para que la imagen se le presentara como<br />
una sola realidad. Por fuera, en esas microfotografías, los ojos de las moscas<br />
aparecen como una sucesión de espejos en cuyas superficies se reflejan las mismas<br />
cosas aunque no exactamente de la misma manera. Un cristal partido, en cada cara el<br />
mismo objeto apenas desplazado en relación a su apariencia en las caras contiguas,<br />
como si fuese una secuencia de a lo largo y a lo ancho. Cada cuadro contiene la<br />
misma imagen pero desde distinto ángulo o en un instante apenas desplazado en<br />
cuanto a la acción. Aunque únicamente para el extraño que la observa sus ojos se<br />
asemejan a espejos, pues para la mosca ellos tan sólo si son huecos llenos de humor<br />
vítreo, cristales vacíos. Para el poseedor, los ojos no devuelven sino que absorben la<br />
imagen. Para el observador, todo lo contrario. He allí una paradoja interesante,<br />
piensa Cúneo, y absolutamente inútil, e inclina la cabeza. No había quedado nadie<br />
en el juzgado, entonces Cúneo aprovechó esa pausa marrón para reflexionar acerca<br />
de las otras acepciones del término “espejo”, pues tan enigmática es la presencia del<br />
objeto que su nombre lo abandona para apoderarse también del significado,<br />
entonces espejo no sólo es la materia sino también todo lo que ella simboliza,<br />
extendiéndose así inabarcable aún para quien dio lugar a esas conjeturas. Porque<br />
espejo no es sólo el cristal pulido, no es solamente gracias a lo cual se refleja algo,<br />
sino también es ese algo que se refleja. Es la representación de una existencia, por lo<br />
tanto un universo. Por ello el arte es el reflejo del mundo. O los ojos el reflejo del<br />
alma. Y tras esa evocación poética, Cúneo se acuerda de la gota. Luego, de Claudio.<br />
Y comienza a retornar a la puerta del cuarto.<br />
Toda esa fantasía en torno a lo que el uno o el otro ve, en base al designio físico<br />
de un área especular, redondea un simple pasatiempo, un engaño. Es decir, un<br />
“espejismo”. ¡Fata Morgana! Estás allí maldito manco peludo, ríete, ahora que eres<br />
eterno. Para cuando termina de no pronunciárselo, Cuneo ya ha abandonado el<br />
juzgado con su pensamiento, está en su departamento apoyado en el marco<br />
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