You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
– Hablé con ellos antes de visar el pabellón, lo cual me anticipó con claridad su<br />
postura.<br />
– ¿Negociaron?<br />
A Cúneo le sorprendió aquél comentario de su compañera, a tal punto que se<br />
asustó.<br />
– ¿Estás bien?<br />
– Sí. – respondió apresuradamente.<br />
– Claro que no. Digo, yo esperaba lo mismo. Pero quieren seguir. No entiendo<br />
por qué.<br />
– ¿Qué tienen?<br />
– Boludeces. Y de la más baja calaña. Hasta por gordo lo van a denunciar a<br />
Ballesteros.<br />
Silva no sonrió, pensando se trataba de un chiste.<br />
– Pero el pabellón, Cúneo…<br />
La notó con el carmín desplazado de sus límites y con los ojos pálidos salvo por<br />
algunas venitas hinchadas, y la máscara de maquillaje bordeando nítidamente la<br />
mandíbula, una muñeca decadente, trémula y apestosa a tabaco y todo aquél<br />
surgimiento le parecía repentino, como si alguien le hubiese tocado el hombro y en<br />
su distracción colocado aquella bolsa inflable frente a sus ojos, sobre el escritorio<br />
vecino, con las piernas ya no más cruzadas y perdiendo su vana elegancia. Y<br />
haciendo esas preguntas.<br />
– Olvidate del pabellón, Silva. ¿Qué pasa? Tiene diez tolvas de largo y cuatro<br />
de ancho. Las banderolas que antes estaban fijas, hoy son hermosas ventanas<br />
rebatibles. En el prolijo galpón no vuela una sola viruta y las paredes huelen a cetol<br />
fresco.<br />
Silva se estremeció, como si hubiese oído algo terrible e inesperado, pero nada<br />
de ello era cierto.<br />
– Claro, la estructura permanece inalterable. Según los planos nada ha<br />
cambiado.<br />
– Los planos. – dijo ella y fue a buscar otro cigarrillo. Su voz volvió a oírse<br />
lejana y gangosa durante el lapso en el que aplastaba su panza en la mesa. – ¿Y qué<br />
vamos a hacer?<br />
– Qué va a hacer Arizmendi, querrás decir.<br />
– Cúneo. – dijo y calló.<br />
– ¿O no era así?.<br />
Con histeria, Silva miró puntos perdidos en distintos rincones del salón de<br />
oficinas. Buscó a Barragán y lo halló canturreando y jugando al solitario en la<br />
computadora. Mehana hacía el recorrido de este a oeste, una y otra vez, cargando<br />
carpetas colgantes y vasos con café. El murmullo nacía del acceso principal y del<br />
nido de secretarios.<br />
Miró a su compañero.<br />
– Cúneo.<br />
El abogado notó en esa mirada que lo apelmazaba contra el respaldo, las<br />
siluetas circulares de dos lentes de contacto color celeste.<br />
– Vení.<br />
161