ebook (.pdf) - Guillermo Imsteyf

Cúneo deja los papeles, para echar la cabeza hacia atrás. De su flequillo cae sudor.
Queda sobre sus piernas el Digesto Normativo de Siniestralidad Laboral, señalado
en la página doscientos treinta y siete.
Laura viste aquella remera que ha teñido anudando sogas y que es cortita y
tiene los bordes rasgados y que descubre su ombligo; esa sola pieza que Cúneo
amaría convertir en jirones, pero calza tan bien en la señorita que sería pecado
privarse de la provocación. Aún así, difícilmente el abogado pueda resistir el frenesí
y quitársela despacio esta noche.
Los términos de resolución de las últimas causas afines describen una curva
descendente y, con sus pormenores, en su gran mayoría han resultado favorables a
los querellantes. Basta con que Ballesteros no se muera, basta con que no pida
demasiado, basta con que esté dispuesto a esperar y a negociar. Una casita, un
audífono, un tratamiento.
Diez minutos han pasado desde medianoche. Ballesteros, los análisis, ir
mañana a la fábrica. Pareciera que el expediente hubiese adquirido vida propia y el
mecanismo de recolección de evidencia se hubiese puesto en marcha con la sola
mención.
Pero está Sebastiana. Terrible morocha. Terribles bucles negros – pero negros –,
hasta las nalgas, casi. ¿Por qué no pensar que Sebastiana es lo que necesita?. De
hecho lo es. La tana constituye, en efecto, un escalón superior en la escala de
evolución, su vehículo propicio para comenzar el aferro, para ventilar esa delgada
fibra de hilo que lo separa del suelo, para desprenderse de la cuestión espejo, por
ejemplo. Y lo espera el miércoles.
Laura, frente a él, con sus piernas entrelazadas, cebándose mates en soledad y
ojeando una revista de pedagogía infantil, parece que ha vuelto a hablar. ¿Qué
libro?, se pregunta Cúneo.
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