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ebook (.pdf) - Guillermo Imsteyf

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¿Sabe usted si le efectuaban mantenimiento?<br />

– Ramón se colgaba de vez en cuando y le pegaba unos martillazos. Ahí<br />

arrancaba.<br />

“Ramón”, se repitió Cúneo, pero lo descartó.<br />

– ¿Ramón cuánto? – se impuso Silva.<br />

– Castro. Pero se colgaba porque se colgaba, nomás. Él era tornero.<br />

Silva anotó el nombre de todos modos, dejando claro que entendía y compartía<br />

la estrategia de Cúneo de enfrentar al ex empleado de Coninea con lo que sabía de<br />

su propio ámbito.<br />

– ¿Sabe usted quién o quiénes eran los encargados de mantenimiento? –<br />

preguntó la abogada secretaria. Había encendido otro cigarro negro, quizá porque<br />

había previsto no hacer preguntas, y al poseer ocupadas ambas manos, una con la<br />

birome y otra con la carpeta que apoyaba sobre sus piernas, debió hablar por entre el<br />

filtro al modo de un marinero con su pipa colgando.<br />

– Había una empresa contratada para eso. Venían cada tanto con sus chalecos,<br />

pero le daban bola a la fresa nomás, o a los dientes o a la cinta.<br />

– No a las tolvas.<br />

Ballesteros arrugó la cara, abrió la nariz. Ese gesto le hizo toser. Luego del<br />

sacudón, con la mano mojada sobre los labios, puntualizó.<br />

– A veces nomás se subían.<br />

– ¿Tiene idea del tamaño de las tolvas, Ballesteros?<br />

– Serían más o menos así. – dijo el gordo separando sus manos y extendiendo<br />

pulgares e índices. – Poco más de una pizzera. Sí, pizzera y media sería, más o<br />

menos.<br />

Al describirlas le llegaron a la mente las astas lerdas y mugrientas de los<br />

ventiladores colgados a la altura de las ventanas perimetrales del galpón. El<br />

estruendo helicoide era monstruoso y sólo el zapateo de la fresa lo reducía a música<br />

de fondo.<br />

Ballesteros aportó lo que supuso acerca de filtros de mascarillas, luz ambiental,<br />

cascos, guantes, botas e higiene general.<br />

Cúneo murmuraba con mayor prolongación antes de iniciar cada pregunta.<br />

Una vez murmuró el tiempo suficiente para entender que no había más para decir.<br />

Miró las anotaciones propias y espió las de Silva. Parecía que ahora la primera parte<br />

estaba completa. Seguirían las investigaciones de campo, el estudio de la legislación<br />

particular, la definición de la estrategia y en base a ella la organización de los<br />

elementos probatorios.<br />

Suspiró con exageración y echó su silla hacia atrás para comenzar a irse.<br />

– Bueno Ballesteros. No falte al turno de la clínica, por favor.<br />

Su defendido le estrechó una mano mientras pensaba en cómo costearía ese<br />

nuevo viaje.<br />

Cuando se enfrentaron a la tijera negra del ascensor, el gordo, que venía un<br />

poco más atrás, les dijo:<br />

– Vayan ustedes nomás, yo espero a que vuelva.<br />

Silva no dudó y se inmiscuyó en esa pequeña cárcel móvil, pegándose al espejo<br />

del fondo. Cúneo hizo ingresar primero su maletín y luego su cuerpo. Al cerrar, el<br />

saco se le enganchó en una de las hojas de la puerta, hecho sentenciado a una<br />

blasfemia que se desparramó por todo el túnel.<br />

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