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ebook (.pdf) - Guillermo Imsteyf

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de su frecuencia cardiaca. En ese alto piso, alfombrado, amoblado con exquisitez y<br />

con olor a nuevo, no llegaba absolutamente nada del rumor callejero. – …que<br />

compartimos en esencia una misma visión de las cosas, doctor. Por eso lo he<br />

propuesto y por eso mismo voy a defender mi elección frente a la cúpula directiva.<br />

Tal y como se lo anticipé por teléfono. El llamado al deber no debe confundirnos,<br />

uno hace la experiencia dentro del sistema para comprender ciertos mecanismos que<br />

de otra forma… pero el sistema puede hacernos ver amarillo, usted mismo se ha<br />

delatado – Cúneo se sintió dulcemente culpable – al promulgar esa afirmación<br />

romántica sobre las palabras y la gente. A mí me honra haber participado y hecho mi<br />

aporte, y le confieso que hallo una interesante diferencia entre aquellos que nunca<br />

ejercieron en la actividad pública y nosotros. Les resulta complicado entender<br />

cuestiones que nosotros evaluamos con mayor claridad… – las palabras parecían<br />

amontonársele en ejemplos y sinónimos – …tenemos mayor capacidad de<br />

improvisación. ¡La gente agolpada en mesa de entrada constituye un vigoroso<br />

ejercicio para agilizar la mente y forjar el carácter!<br />

Saavedra cruzó sus piernas y brazos, el rostro distendido, propietario siempre<br />

de la situación. Todo su peso se desparramó en el cuero de la silla, haciéndola<br />

chillar. Luego añadió:<br />

– Se siguen apelmazando en la puerta ¿no?. Algunas cosas no cambian. Y<br />

gritan. – Cúneo asintió, apesadumbrado – Desde mi época hasta aquí sé que han<br />

agrandado el acceso, movido los escritorios pero algunas cosas no cambiarán jamás.<br />

Y el olor a la tinta. El ruido de las máquinas de escribir. Bueno, ahora están las<br />

computadoras, pero le digo que esos aparatos infernales llamados “impresoras”<br />

hacen un barullo tres veces peor, eh...<br />

La voz de Saavedra no terminaba de caer cuando un pitido encendió la luz<br />

verde del intercomunicador. El hombre llevó el auricular a su oreja para ordenar:<br />

“Que pase”.<br />

– Así es, mi querido colega. Esto es lo que le ofrezco – e hizo un ademán<br />

obsceno señalando con sus dos brazos extendidos el lujo de su oficina – Su todavía<br />

jefe me ha dejado excelentes referencias suyas.<br />

– Arizmendi. – pronunció Cúneo en medio del temblor que le produjo la súbita<br />

pérdida de la intimidad.<br />

– Arizmendi, claro está, viejo colega y amigo. Plena confianza en usted. Y<br />

nuestra conversación no hace menos que confirmarme que es un profesional joven<br />

de espíritu, competente, usted mismo habló de “desafíos”. Palabra que lo dice todo.<br />

¡Adelante!<br />

Cúneo experimentó el ansioso viaje que impulsa la desmesurada esperanza. Se<br />

vio en yates y en montañas, se vio caminando por Ankara y Estambul de la mano de<br />

Martina y un helado, y Sebastiana. Riendo y autos y su madre desgarrando su boca<br />

abierta al averiguar que él no era solamente una casa en Caballito.<br />

– Quiero presentarte… – dijo Saavedra.<br />

– Nos conocemos. - dijo Ballentin al entrar.<br />

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